A fines del 2013 teníamos la esperanza de que nuestra robusta economía y su sistema democrático saldrían airosos en su lucha contra los factores externos que amenazaban con opacar el brillo que durante tantos años habíamos lucido y que el 2014 sería el año de la consolidación de nuestro exitoso modelo de desarrollo.
Desafortunadamente, esto no ha sucedido. No solo no hemos sido capaces de hacer frente a los elementos adversos internacionales, sino que hemos entrado en un peligroso juego en el que damos prioridad a lo pequeño, lo inmediato, lo escandaloso o lo anecdótico, dejando de lado lo sustancial, lo constructivo y lo trascendental.
Los esfuerzos del gobierno por agilizar los procesos administrativos, dinamizar el gasto público y establecer medidas económicas anticíclicas han evidenciado una falta de liderazgo, de manejo político y de capacidad de convencimiento al más alto nivel, así como una fragilidad de las instituciones del sector público incapaces de poner en práctica las medidas adoptadas por ellos mismos.
Los actos de corrupción que involucran a las más altas autoridades de algunos organismos constitucionales debilitan aun más la frágil institucionalidad del Estado y ponen en tela de juicio su solvencia e independencia, demostrando así su incapacidad de articular entre ellos las normas trascendentales que se necesitan para construir un Estado sólido e independiente del poder político.
Los escándalos, también de este tipo, en los gobiernos regionales y locales han demostrado la precariedad de las instituciones subnacionales y la necesidad de una profunda revisión del inconcluso proceso de regionalización. A esto se agrega el resultado de las recientes elecciones regionales y municipales, que evidencia la fragilidad de los partidos nacionales, la preponderancia del caudillismo local, y que el discurso efectista y las ofertas imposibles de cumplir están por encima de los planes y políticas de gobierno.
Nuestro Poder Legislativo ha dedicado la mayor parte de su tiempo y esfuerzo a la labor fiscalizadora, investigando a cuanto oponente político se le pusiera al frente pero sin resultado concluyente alguno, renunciando prácticamente a su labor principal. Solo cuando la presión ciudadana los ha forzado, han adoptado algunas medidas, dejando la gran y trascendental carga legislativa para otra oportunidad.
Algunos políticos han adelantado la campaña electoral del 2016 introduciendo en la agenda nacional, con demasiada anticipación, temas propios de la competencia político-partidaria, anteponiendo en la discusión de las políticas nacionales sus intereses partidarios y distrayendo así a la opinión pública de los temas de fondo y de la búsqueda de soluciones a los problemas que nos aquejan.
Agobiados por la improvisación y por el corto plazo, los gremios empresariales se han convertido en entidades reactivas de la coyuntura, reaccionando con urgencia y muchas veces sin consistencia a los hechos que el momento nos presenta, renunciando así a la posibilidad de formular medidas y políticas que contribuyan a la construcción de una sociedad más justa y progresista.
Finalmente, todos estos temas han sido recogidos por la prensa nacional con suma acuciosidad, ocupándose al detalle de todos y cada uno de los hechos más emblemáticos, para hacer del escándalo la noticia. El periodismo de investigación se ha convertido en el de la denuncia y el escándalo, logrando mantenernos a todos distraídos y comentando efusivamente lo intrascendente, sin razón alguna para ocuparnos de lo que realmente podría ser significativo para nuestro futuro.
Estoy convencido de que otro habría sido el resultado si en lugar de distraernos en lo menudo, lo anecdótico y lo intrascendente hubiésemos logrado poner en la agenda nacional temas como la educación, la salud, la inversión pública y privada, la generación de empleo, el reforzamiento de las instituciones del Estado y la lucha frontal contra la corrupción.
Con este panorama y semejante tarea pendiente para el 2015, creo que todos debemos sentirnos obligados a poner lo mejor de nuestra parte para, cada uno desde nuestro rol, recuperar un camino más constructivo. Lo lograremos con un Gobierno más abierto al diálogo y si los demás, al margen de posiciones políticas, realmente nos comprometemos a contribuir a su éxito, ya que este será el éxito de todos.