(Ilustración: Rolando Pinillos)
(Ilustración: Rolando Pinillos)
Hugo Neira

Mucho se puede decir del pasado año 2017. Lo mejor, si uno toma en cuenta las pasiones nacionales, ha sido la clasificación al Mundial. Acaso a falta de mejores noticias. Esa emoción, la de los estadios, no solo es popular sino que tiene sus secretos y verdades, y llega a construir una alegoría de la vida peruana, una que explica no solo el fútbol sino la idiosincrasia del país. Lo digo porque suelo escuchar a los periodistas especializados en el fútbol, por lo general son muy atinados. Dejémonos llevar, pues, por la tentación de una semántica que cubre no solo estadios sino al mismo Estado. 

La inmensa mayoría de peruanos sabe que no hay determinismos en la cancha de fútbol, y convendría decirles que tampoco en política. Los partidos –de fútbol– usan también sistemas rotativos. A veces algún crack pasa demasiado tiempo en la banca de suplentes, hasta que una parte de la escuadra veterana impulsa a su jugador y entonces cambia todo el alineamiento, incluyendo el del equipo rival. Luego vienen inesperados goles. Algunos de media cancha. Y cuando parte de la tribuna protesta, sacando tarjetas amarillas y rojas, ya es tarde. Perú va al Mundial de Rusia. Fujimori en su casa. Y Meche Aráoz buscando un equipo. Hasta el momento en que se escribe este artículo, no sabemos si reúne jugadores de esos que entienden que patear es un arte como lo es la política, o no. Sean quienes sean evaluaremos. 

Entramos al 2018 con una crisis debido a la pugna entre Ejecutivo y Legislativo. ¿Cambios históricos cada año solar? En el calendario de mis abuelas, el año viejo era un Matusalén arrastrando los pies y cargado de una guadaña. Al lado, el nuevo año, un niño gateando. ¿Pero un 2018 distinto? Si hay reconciliación, lo cual es deseable pero dudoso, será entre poderes del Estado. Nada indica que el clima político se enfríe. Ni en medios, ni en redes. Ni en el ciudadano que ve furioso en el quiosco las portadas de diarios y no compra. Además, se vienen las elecciones regionales y para alcaldías. ¿Vamos a tener una política que acepte la pluralidad de ideas? Francamente, ese sería un milagro que no me atrevo a pedirle ni a Santa Rosa. Qué envidia da la placidez casi nórdica de Uruguay y Chile. Al día siguiente de las elecciones presidenciales, la señora Bachelet tomando desayuno con la pareja Piñera. 

Quisiera recordar cómo recibimos, disipadamente, el 2017. A fines del 2016: “No nos dejaremos pisar por una mayoría en el Congreso”. Es PPK, el presidente (El Comercio, 24/12/2016). La guerra civil sin balas hizo perder a la gobernabilidad y al país un tiempo precioso. La crisis actual acabaría si proyectos del Congreso fueran aprobados por el presidente. Y cuando los de ley del Ejecutivo reciban trato correcto en la cámara. ¿Será eso posible? 

Lo de Pasamayo ha sido terrible. No es la primera vez. Justo en diciembre del 2016 se precipitó al vacío, en Apurímac, un bus con 12 policías. En la aldea global, además de Odebrecht y Lava Jato, se sabe que al Perú actual le falta, entre otras cosas, infraestructura. ¿Y quieren tener turistas? Todavía no somos modernos. ¿Y qué hace su clase política? Desacreditarse mutuamente. Autodestruirse. 

“Después de las lluvias”. Estos meses veraniegos, en la sierra es tiempo de aguaceros. Cuando pasen, volverán, con más ganas, las marchas antimineras. Y habrá salido de prisión Antauro Humala. En el futuro, la historia de estos años y el charco de sus confusiones, será difícil de explicar la pérdida del sentido común de los mandatarios y, lamentablemente, de una parte de la inteligencia. Entre tanto, en el pueblo peruano hay desilusión, dolor, cólera, desconfianza. Y esto no sale en las encuestas sino en las urnas. Recuerden la sorpresa Fujimori, la sorpresa Toledo, la sorpresa Ollanta. ¿Acaso la sorpresa Antauro?