Lejos está el año 1955, cuando el Frente Nacional de Juventudes Democráticas postuló a la Presidencia de la República al arquitecto Fernando Belaunde Terry y al año siguiente se enfrentó a la dictadura de Manuel Odría que impedía que se inscribiera su candidatura. Esta se consolidó en el ultimátum de La Merced, fundando Acción Popular (AP) el 7 de julio de 1956, basado en hechos y posturas democráticas que Belaunde y sus seguidores, al recorrer “pueblo por pueblo”, llevaron la idea de “El Perú como doctrina”.
Toda esta carga histórica ha sido dejada de lado con la aparición dentro de la bancada parlamentaria de AP de un grupo denominado ‘Los Niños’ que se infiltraron en el partido gracias a la inacción del JNE que permitió durante mucho tiempo no legitimar a las autoridades partidarias.
Lejos de aceptar sus defectos y asumir que han llegado al Congreso para hacer negociados, prefirieron aliarse con el gobierno que maneja el presupuesto y obtener beneficios y contactos a cambio de protección al Ejecutivo, y cuando se sintieron perjudicados por el golpe de Estado, no les quedó otra que traicionar a su protegido, para no perjudicarse. Ahora pretenden transformar sus actitudes en hechos plausibles y loables cuando en realidad es todo lo contrario.
Todo eso los descalifica para ser miembros de AP, porque, si fuesen personas con algo de vergüenza y dignidad, darían ellos mismos un paso al costado, ahorrándole al partido la lamentable tarea de expulsarlos y ventilar públicamente lo que se debe hacer en privado a través de los mecanismos internos.
Un partido que quiere sobrevivir a una seria crisis de institucionalidad y gobernabilidad no puede tener entre sus filas a personajes cuestionados que perjudican a la dirigencia y a sus militantes. Por eso, la expulsión de todos ellos es la única solución viable, porque no les interesa que AP continúe en vigencia. Por esa razón, creo que con ‘Los Niños’ no existirá AP.
Matías Manzanilla escribió después de la caída de Augusto B. Leguía que “el Congreso era incapaz para la obra legislativa, expidieron leyes impracticables, multiplicaron las de carácter local y sancionaron resoluciones contradictorias y además en lo económico no fue digno de elogio, porque no supieron invertir nuestras riquezas y no vigilaron su administración”.
Pareciera que Manzanilla estuviera describiendo lo que hoy pasamos cuando describe a un Congreso que no fiscalizaba, permitía la dilapidación de los recursos y cuya incapacidad desnaturalizaba el trabajo parlamentario. Sin embargo, eso ocurrió en una autocracia, y hoy tenemos un gobierno por sucesión democrática que tiene las actitudes de un Parlamento que funciona en dictadura, siendo ‘Los Niños’ de Acción Popular lamentablemente sus protagonistas.