La caída del infame aspirante a dictador Pedro Castillo es una buena noticia para el país, pues nos encontrábamos ante uno de los presidentes más incompetentes y corruptos que hemos conocido en las últimas décadas. Dicho esto, es imprescindible llamar la atención sobre el peligro que todavía pende sobre nuestra democracia. Es cierto que la resiliencia de nuestras instituciones puede interpretarse como un triunfo democrático; sin embargo, debemos reconocer que la reacción de los diversos actores estuvo más relacionada con el grave acto de Castillo antes que con la virtud de nuestros políticos. Además, la interminable crisis política se ha vuelto todavía más compleja con las violentas protestas de muchos conciudadanos indignados.
De hecho, los problemas estructurales de nuestra inestabilidad se mantienen intactos y el peligro autoritario no ha desaparecido. Las destituciones presidenciales se han vuelto frecuentes en América Latina. Recordemos lo ocurrido con Fernando Lugo, Dilma Rousseff y Evo Morales. Esto responde, entre otras cosas, a la polarización de los actores políticos dentro de los sistemas democráticos y al fuerte desencanto de los ciudadanos con sus élites políticas. El Perú destaca como el campeón de la región. Hemos tenido en los últimos seis años a seis presidentes, tres parlamentos y un número abrumador de ministros.
Estas cifras dejan perplejo a cualquier demócrata y nos sitúan en uno de los períodos políticamente más convulsionados de nuestra historia republicana. Desde el 2016, estamos atrapados en un campo de batalla que ha visto pasar la renuncia de Pedro Pablo Kuczynski, el cierre del Congreso de mayoría fujimorista, la vacancia de Martín Vizcarra, las protestas masivas contra el fugaz Manuel Merino, la presidencia providencial de Francisco Sagasti, el suicidio político de Pedro Castillo y queda por ver lo que ocurrirá con Dina Boluarte y el actual Parlamento.
Los escándalos de corrupción, el pésimo comportamiento de nuestros políticos, la pandemia y la crisis económica sirven como combustible para el fuego que viene consumiendo progresivamente nuestra democracia. La presidenta, los congresistas, los fiscales, los medios de comunicación y los ciudadanos debemos entender el incendio en el que nos encontramos para comenzar a tomar acciones que permitan estabilizar nuestro sistema político. No podemos continuar con nuestro canibalismo político porque eso nos lleva directamente a las manos de los Castillos, los Antauros y otros extremistas.
La presidenta Boluarte ha arrancado su gestión con gestos claros sobre su voluntad de cambiar el rumbo del gobierno anterior. Esta es una formidable noticia; sin embargo, se encuentra confrontada con su primer gran reto: tranquilizar a la población que viene protestando masivamente en distintas zonas del país. Esto mantiene en jaque al Perú a pesar de que la mayoría haya apoyado la vacancia de Pedro Castillo. En todo caso, la presidenta debe seguir tomando decisiones correctas para acumular legitimidad y establecer un clima que facilite el consenso en torno de una agenda de concertación. Todos los actores debemos colaborar en esa dirección para evitar nuevas confrontaciones que nos terminen por empujar a los brazos de algún líder autoritario.
En este sentido, si prospera el adelanto de elecciones, debemos tener claro que los elementos para nuevas sorpresas electorales se encuentran presentes. El rechazo a nuestros partidos está al tope, los líderes políticos prácticamente han desaparecido y el malestar socioeconómico viene subiendo. Todos debemos comenzar a recuperar la cordura y promover reformas políticas que eviten que nos resbalemos del filo de la democracia. Por esta razón, las reformas deben abocarse a mejorar los equilibrios del sistema democrático, pero, también, a mejorar sustantivamente la calidad de nuestros políticos.