Por primera vez en la posguerra, Alemania presta la debida atención al resto del mundo. Esto empieza con el canciller Olaf Scholz, empeñado en proyectar una imagen de Alemania más allá de sus fronteras europeas habituales. Pero el giro hacia el exterior es algo más que un cambio de política.
Durante décadas, los esfuerzos de Alemania por reconciliarse con las naciones que más sufrieron el terror nazi cimentaron sus relaciones con sus aliados. Pero la nueva realidad, marcada por la guerra en Ucrania, está desafiando al país a salir de su zona de confort.
A medida que Alemania se aventura más allá de Occidente, confrontada con su historia de colonialismo y con las visiones marcadamente diferentes de su pasado que tienen otras naciones, se ve obligada a revisar su imagen de sí misma. Para un país que se enorgullece de su responsabilidad histórica y de una sensible cultura de la conmemoración, no es tarea fácil.
La invasión rusa de Ucrania puso de manifiesto algunos de los puntos ciegos de Alemania. Muchos se preguntaban por qué Rusia era el principal objetivo de los esfuerzos de indemnización de Alemania hacia los estados postsoviéticos. ¿Por qué se descuidó a Ucrania? Parte del lenguaje de la reconciliación parece radicar ahora en una revisión moral de los vínculos económicos de Alemania con un régimen ruso agresivo. La guerra también ha alterado el cálculo económico y geopolítico. Sin acceso al gas ruso y en un entorno mundial profundamente modificado, Alemania ha empezado a buscar nuevos socios, aliados y mercados.
Para ver esta nueva trayectoria, basta con echar un vistazo a los itinerarios de los políticos alemanes en el último año. El ministro de Defensa, Boris Pistorius, pasó una semana el mes pasado en Asia, con paradas en Singapur, Indonesia y la India. La India ha sido un foco de atención especial: el primer ministro Narendra Modi fue uno de los primeros líderes mundiales en ser recibido por Scholz y, desde entonces, se han reunido con frecuencia. Junto con la ministra de Asuntos Exteriores, Annalena Baerbock, Scholz también ha pasado mucho tiempo en África. En una amplia visita al continente en mayo del año pasado, discutió, entre otras cosas, un acuerdo de gas con Senegal.
Las delegaciones alemanas, en su mayoría, han sido muy bien acogidas. Sin embargo, no todo es de color de rosa. Países como la India no tienen la misma opinión de la guerra en Ucrania y se muestran reacios a unirse a la alianza occidental que apoya a Kiev, temiendo el peaje económico que supondría alienar a Rusia. Pero la sensibilidad ante las injusticias históricas también forma parte de su lógica. En muchos de los países que Alemania espera cortejar, el resentimiento poscolonial es muy profundo. Y Alemania, a pesar de todos sus intentos, es vista como parte del occidente colonizador.
Esto ha sido un poco chocante. Alemania simplemente no se percibe a sí misma como una antigua potencia colonial. Es cierto que, comparado con los imperios británico, francés, español y holandés, el alemán empezó más tarde y tuvo un alcance menor. Pero el Imperio Alemán ocupó vastas tierras, principalmente en el suroeste y este de África. Fue en una de sus colonias en donde cometió el primer genocidio oficialmente reconocido, el de los pueblos herero y nama.
Este capítulo de la historia alemana recibe poca atención. En las escuelas alemanas, los niños aprenden sobre el Holocausto desde una edad temprana, y con razón. Pero pueden graduarse sin haber oído hablar de este genocidio o de la brutal represión de la insurrección Maji Maji en una colonia alemana llamada África Oriental. El colonialismo no forma parte de la narrativa nacional ni influye en la política exterior.
Esto se debe en parte a que, a diferencia de Gran Bretaña y Francia, Alemania abandonó su imperio antes de que existiera el Estado actual. Pero la falta de conmemoración pública también puede tener algo que ver con el temor a relativizar el Holocausto e incluso darle alas al antisemitismo. Es una preocupación razonable, sin duda. No obstante, la monstruosidad del Holocausto, en su alucinante magnitud y singularidad, ha borrado de la memoria pública las demás atrocidades cometidas por Alemania.
Sin embargo, cada vez es más difícil mantener esa arrogancia. Alemania es cada vez más multiétnica –según el censo más reciente, en el 2021, casi un tercio de los residentes alemanes eran inmigrantes de primera o segunda generación– y también lo son sus instituciones políticas y culturales. A medida que una generación más diversa entra en el Parlamento y asume cargos en el gobierno, también lo hacen nuevas perspectivas.
Algunos se muestran escépticos ante las exigencias de reconocer las sensibilidades históricas y consideran que algunos países instrumentalizan sus historias para eludir la petición, perfectamente razonable, de denunciar al verdadero imperialista: Rusia. Pero el Gobierno Alemán está comprometido. Scholz está abriendo el camino, profundizando en la historia colonial.
Si Alemania no quiere perderse en el nuevo mundo, debe reconocer mejor su pasado y empatizar con el dolor de los demás. Quizá esté empezando a hacerlo, tímidamente, con cautela.
–Glosado, editado y traducido–
© The New York Times