Desde el COVID-19 hasta la disrupción climática, desde la injusticia racial hasta las crecientes desigualdades, somos un mundo en crisis.
La pandemia ha puesto al descubierto desigualdades graves y sistémicas. En términos más generales, ha puesto de relieve las fragilidades del mundo.
PARA SUSCRIPTORES: Refranero, por Patricia del Río
Frente a estas fragilidades, los líderes mundiales deben ser humildes y reconocer la importancia vital de la unidad y la solidaridad.
Nadie puede predecir lo que vendrá, pero yo veo dos escenarios posibles.
Uno es el escenario “optimista”,
En el que el mundo, no sin dificultades, saldría adelante. Los países del norte global formularían una estrategia de salida eficaz. Los países en desarrollo recibirían suficiente apoyo y sus características demográficas, en particular la juventud de su población, ayudarían a contener el impacto.
Y tal vez al cabo de unos nueve meses surgiría una vacuna que se distribuiría como bien público mundial, una “vacuna popular”, disponible y accesible para todos.
Si se cumple esta predicción, y si la economía se va reactivando, podríamos avanzar y alcanzar algún tipo de normalidad en dos o tres años.
Pero también hay otro escenario más sombrío, en el que los países no logran coordinar sus acciones. Siguen ocurriendo nuevas oleadas del virus, y la situación en el mundo en desarrollo explota. El desarrollo de la vacuna se demora, o incluso concluye relativamente pronto, pero se vuelve ferozmente competitivo, y los países con mayor poder económico son los primeros en obtenerla, dejando atrás a los demás.
En este escenario, también podríamos ver una mayor tendencia a la fragmentación, el populismo y la xenofobia.
El resultado bien podría ser una depresión global, que podría durar al menos cinco o siete años antes de que surgiera una nueva normalidad, de carácter imprevisible.
La pandemia, por horrible que sea, debe ser una alerta que haga comprender a toda la dirigencia política que nuestras hipótesis y enfoques tienen que cambiar, y que la división es un peligro para todo el mundo.
No podemos simplemente volver a los sistemas que dieron lugar a la crisis actual. Necesitamos reconstruir mejor, promoviendo sociedades y economías más sostenibles e inclusivas, en las que haya igualdad de género.
En esa tarea, debemos replantearnos la forma en que cooperan las naciones. El multilateralismo de hoy en día carece de escala, ambición y fuerza, y algunos de los instrumentos que sí la tienen demuestran poca o ninguna intención de ejercerla: prueba de ello son las dificultades que enfrenta el Consejo de Seguridad.
Necesitamos un multilateralismo en red, en el que las Naciones Unidas y sus organismos, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, organizaciones regionales como la Unión Africana y la Unión Europea, organizaciones comerciales y otras colaboren más estrecha y eficazmente.
También necesitamos un multilateralismo más inclusivo. La sociedad civil, la comunidad empresarial, las autoridades locales, las ciudades y los gobiernos regionales están asumiendo cada vez más funciones de liderazgo en el mundo actual.
Un nuevo multilateralismo eficaz, inclusivo y en red, basado en los valores perdurables de la Carta de las Naciones Unidas, podría sacarnos de nuestro sonambulismo y evitar que sigamos deslizándonos hacia un peligro cada vez mayor.
Los líderes políticos de todo el mundo deben responder a esta alerta y unirse para afrontar las fragilidades del mundo, fortalecer nuestra capacidad de gobernanza global, dar fuerza a las instituciones multilaterales y aprovechar el poder de la unidad y la solidaridad para superar la mayor prueba de nuestros tiempos.