La formación de la Alianza Popular (Apra-PPC) ha generado todo tipo de reacciones, algunas altisonantes y la mayoría cuestionadoras. Sin embargo, a diferencia de las dictaduras, la democracia siempre ha tenido en el diálogo y el entendimiento a la razón de su existencia. La democracia reúne a mayorías y minorías, convoca a opiniones diferentes y se construye a base de consensos.
Un caso paradigmático de la región es el chileno, en que la Concertación, liderada por el Partido Socialista y el Demócrata Cristiano, ha gobernado casi ininterrumpidamente desde 1990, cuando Augusto Pinochet finalmente dejó el poder. Esta alianza, además, se ha constituido en una herramienta fundamental contra el caudillismo toda vez que alterna sus liderazgos, los que hasta ahora suman cuatro: Patricio Aylwin, Eduardo Frei, Ricardo Lagos y Michelle Bachelet.
La democracia peruana es aún precaria, pero cuando su institucionalización avanzó fue con alianzas políticas. Un primer ejemplo es el acuerdo entre pierolistas y civilistas de 1895, que superó el militarismo de Andrés Avelino Cáceres y le abrió el paso a 25 años casi continuados de alternancia democrática hasta el golpe de Augusto B. Leguía en 1919.
Por otro lado, el pacto entre Manuel Prado y el Apra de 1956 permitió que los partidos de masas fuesen aceptados en el Perú y que concluyera el más cruento período de violencia política de toda nuestra historia republicana. Dos décadas después, un entendimiento entre el Apra y el PPC logró sacar adelante la Constitución de 1979, gracias a la cual recuperamos la democracia un año después. Recordemos que entonces la izquierda comunista intentó sabotear el proceso y que sus representantes no se dignaron firmar la Carta Magna.
Sin embargo, otras coaliciones no tuvieron el mismo suceso. Por un lado, la alianza parlamentaria entre apristas y odriistas de 1963 es recordada como obstruccionista al primer gobierno de Fernando Belaunde; mientras que la que Acción Popular y el PPC estrecharon en 1980 consolidó un gobierno con mayoría absoluta en el Parlamento, pero no revirtió la aguda crisis económica de entonces.
Desde una mirada contemporánea, la recientemente creada Alianza Popular (Apra-PPC) reúne a dos partidos tradicionales que han mantenido cierta funcionalidad en tiempos en los que ni la decisión popular, ni la participación política de las masas se canaliza a través de ellos. Convengamos en que el discurso antipolítico de la dictadura fujimorista se ha extendido hasta hoy al punto que nuestras elecciones son disputas de caudillos y ya no se centran en la confrontación entre agrupaciones sólidamente constituidas, ni mucho menos la de sus programas de gobierno.
Pasando a leer la actual coyuntura electoral, que la oleada de ataques a candidaturas se haya transferido de PPK a César Acuña y luego de Acuña al binomio Alan-Lourdes no solo sigue dejando a Keiko Fujimori tranquila en el partidor, sino que indica cuál es la opción que hoy preocupa a los demás. La fuerte resistencia contra el entendimiento entre estos dos experimentados líderes parece una señal de que, en principio, acertaron al unirse. Pronto sabremos si esta alianza cumplirá un rol importante en la historia del Perú, como las otras que hemos mencionado.