América Latina en la era del populismo, por José María Aznar
América Latina en la era del populismo, por José María Aznar
José María Aznar

Una ola de populismo recorre el mundo. Hoy ningún país, ni sociedad, se encuentra a salvo. El populismo ha conseguido arraigar incluso en aquellos países cuya fortaleza institucional había servido históricamente como barrera contra las degeneraciones de la democracia. Durante muchas décadas el mundo occidental ha dado por supuesto que los países que alcanzaban la democracia llegaban a un punto que no admitía retorno. Sin embargo, el éxito que cosecha un fenómeno de naturaleza antiliberal como el populismo nos recuerda que la democracia no puede dejar de cultivarse si queremos que sobreviva a la amenaza de sus enemigos. Sobre todo de aquellos que esconden sus pretensiones autoritarias bajo la promesa de una forma de democracia más auténtica 

No es casualidad que el populismo se haya convertido en el caballo de Troya que utilizan muchas ideologías autoritarias. En Europa, ha dado aliento a muchos movimientos de extrema derecha que pretenden liquidar la democracia. En América Latina, por el contrario, observamos un vínculo, cada vez más estrecho y evidente, entre los populismos de izquierda y el castrismo. Pues a pesar del restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos en un proceso de “normalización” –que no encuentra contrapartida alguna en el régimen de La Habana–, Cuba sigue siendo una dictadura que opera en el continente como el principal inspirador e instigador de la negación de libertades esenciales que sufren los ciudadanos de otros países del continente. 

El mundo entero es testigo del modo en que el régimen chavista somete a sus ciudadanos. La sucesión de atentados contra los derechos más elementales que sufre la oposición democrática, las privaciones que tienen a los venezolanos luchando diariamente por un mínimo sustento o la destrucción sistemática de cualquier atisbo de institucionalidad son los mejores ejemplos de la degradación de la vida pública que sufre Venezuela. Y aunque los partidos de la oposición resisten intentando buscar un espacio de acción dentro de la legalidad bolivariana, resulta difícil evitar la agresión del régimen y trabajar en un ámbito institucional que el chavismo pretende neutralizar. Al quebrar el proceso dirigido al referéndum revocatorio y someter a la propia asamblea a la coacción y a la violencia organizada por el gobierno, el régimen venezolano avanza llana y simplemente hacia la erradicación de cualquier vestigio de vida democrática. Poco a poco, y con el aliento que le llega de Cuba, Venezuela abandona las promesas de regeneración democrática que amparaba el populismo chavista en sus orígenes para quitarse el disfraz e instalarse, irremisiblemente, en el territorio de las dictaduras.

Nicaragua también avanza hacia otro escenario de ruptura democrática. Sus mandatarios han aprovechado la atención que la opinión pública mantiene sobre Venezuela y Cuba para ir desmantelando, de manera silenciosa, el Estado de derecho. Pocos son los sectores de la sociedad civil que pueden sentirse a salvo de la presión del gobierno. Los periodistas disidentes son silenciados, la prensa no afín neutralizada, la separación de poderes sobre la que descansa la libertad volatilizada y las fuerzas de oposición manipuladas y controladas. Así lo muestra la eliminación de la candidatura presidencial de Eduardo Montealegre al frente del Partido Liberal Independiente.

Sin embargo, hay una realidad que debe ser subrayada. La de las sociedades latinoamericanas cada vez más firmes en el protagonismo que les corresponde en la construcción de sistemas democráticos que afiancen la institucionalidad y modelos económicos que generen riqueza, empleo y bienestar en un mundo globalizado. Los colombianos acaban de dar una lección de ese protagonismo de la sociedad, no solo por el rechazo a un acuerdo de paz que mayoritariamente se ha considerado necesitado de mejoras sustanciales para que el deseo de paz no exija pagar el precio de impunidad, sino también por la normalidad y la serenidad con que ese veredicto popular ha sido recibido y está siendo tratado por los actores políticos y sociales de Colombia. En el Perú, los consensos económicos básicos y la alternancia ordenada en procesos electorales pacíficamente disputados son expresiones muy elocuentes del progreso que el país ha realizado hacia un modelo compartido de éxito económico e institucional que contrasta con la fractura civil, el empobrecimiento y la violencia que generan los autoritarismos que aún campan en el continente. 

¿Socialismo del siglo XXI? No, ciertamente. El camino lo marcan las sociedades del siglo XXI. Creo que hoy el grado de tolerancia de nuestras sociedades hacia el populismo va siendo cada vez menor. Todos nos vamos conociendo mejor. Pero, paradójicamente, sigue sin haber claridad sobre cómo podemos frenar su influencia y poner fin a su avance. Se trata de una cuestión crucial, pues, a pesar de la experiencia, no son pocos quienes apuestan, de manera insistente, en estrategias que solo generan falsas expectativas y terminan precipitando el fortalecimiento de los enemigos de la libertad. Esas respuestas al populismo engañoso, autoritario y empobrecedor se encuentran contenidas en el éxito de las sociedades latinoamericanas que quieren asentarse firmemente en el territorio de la libertad, el Estado de derecho y el emprendimiento.

El camino a seguir lo marcan las sociedades con éxito como el caso del Perú. El mejor antídoto contra el populismo y sus falsas promesas sigue pasando por el fortalecimiento institucional, el crecimiento de las clases medias, el fomento de la vida democrática y la tolerancia cero contra los discursos que bajo el pretexto de un mundo mejor amparan el abordaje a la democracia liberal.