El expresidente de Brasil (2016-2018), Michel Temer, asumió el poder en circunstancias muy parecidas a las que hoy le han tocado a Manuel Merino. Su gabinete estuvo ocupado por polémicos políticos profesionales. ¿Hay algún paralelo entre la situación brasileña de mediados de esta década con la situación peruana actual? Lo dudo.
Muchos comentaristas, principalmente lobbistas camuflados de liberales, han destacado la designación de Ántero Flores-Aráoz como el regreso de la politíca profesional, hacedora de consensos en un contexto polarizado. Sin embargo, es preciso recordar que Flores-Aráoz no ejerce un cargo desde hace cerca de 10 años. Sus apariciones más recientes han sido como comentarista político en un programa de espectáculos al mediodía. Por lo demás, es preciso mencionar que la experiencia política del actual primer ministro se remite a una política de partidos. ¿Puede un exmilitante del PPC y exministro aprista dialogar con grupos apolíticos dispersos, que se organizan por WhatsApp antes que por estructuras partidarias o de la sociedad civil? Su designación hace recordar a la de Pedro Cateriano hace unos meses, que buscaba dialogar con los “partidos políticos”, esos que hoy por hoy no existen, o no al menos de la manera como los entendíamos hace 30 años.
Así como el contexto político actual puede ser elusivo para el nuevo primer ministro, sus propias características personales no parecen convertirlo en la alternativa dialogante que sus amigos resaltan. En las últimas horas, diversas personas han recordado cómo el nuevo jefe del Gabinete ha tenido expresiones hacia diversos sectores que han sido chocantes, por decir lo menos. Calificativos despectivos hacia los ciudadanos de zonas altoandinas en el contexto de la negociación del TLC con EE.UU., hacia los peruanos que protestaban por las industrias extractivas a finales de la década pasada y, más recientemente, expresiones con un tufillo misógino y homofóbico no parecen ir en la onda de lo que hoy se necesita. Por lo demás, desde que su nombramiento fue anunciado, se ha lucido principalmente en medios cercanos a su línea de pensamiento. Ese afán por rodearse de cercanos se ha manifestado completamente en la conformación de su Gabinete. Por ejemplo, no ha sido capaz de convocar a ninguna personalidad centrista en un Consejo de Ministros que, se suponía, era de unidad nacional. Entonces, ¿como se puede ser un político profesional si no se tiene capacidad de reconocer a los oponentes como interlocutores válidos?
Ciertamente, un Gabinete no solo lo hace su líder. Lamentablemente, el resto de miembros no parecen brindan la tranquilidad que el país reclama. Más allá de figuras específicas, llama la atención que, de alguna u otra manera, buena parte de los ministros están relacionados al segundo gobierno aprista. Literalmente es la coalición de extrema derecha que mantuvo al difunto Alan García en el poder del 2006 al 2011 y que, paradójicamente, desencadenó hechos lamentables, como el Baguazo en el 2009. Tiene experiencia, sí, pero para meterse en problemas e incendiar (más) el país. Además, desde que abandonó el poder en el 2011, esa coalición ha vivido fabricando fantasías: “en realidad todos nos respaldan, pero las encuestas y la prensa vendida lo ocultan”, “todos nuestros críticos son terrucos”. ¿Hay alguna posibilidad de que gente cuyo relato político ha estado basado sobre un espejismo pueda gobernar en medio de una crisis de representación sin precedentes?
Probablemente a Manuel Merino le han vendido la idea de que necesitaba un Gabinete de políticos profesionales para sobrevivir. No veo manera que personas fuera de la realidad, que solo se miran a sí mismas y que parecen poseer una soberbia sin límites, caigan en esa categoría.
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