La presentación del Frente Amplio, nuevo membrete con el que las variopintas izquierdas peruanas quieren reintentar por enésima vez tomar el poder a través de elecciones, me hizo recordar a la portada del “Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band”, de The Beatles, por lo variopintos, estrambóticos, grotescamente sobrepuestos y faltos de armonía que se vieron los miembros de este frente en las fotos de lanzamiento.
Hubo de todo. Ex ministros, congresistas, ex burócratas, “tías regias” y hasta activistas LGBT. Faltaron solo los chicos de Tierra y Libertad y el incontrastable Goyo Santos. Me pregunto si también van a dejar un sitiecito a Alfredo Crespo y sus finos caballeros del Movadef. O acaso para Antauro Humala. De repente hasta el nacionalismo se anima.
Ahora la siguiente fase es buscar la locomotora para jalarlos hasta la parada de Palacio de Gobierno o, cuanto menos, al Congreso. No tendrán a Ollanta Humala, tampoco pudieron habilitar la postulación fraudulenta de Nadine Heredia y la defección de Susana Villarán por el fracaso en la Alcaldía de Lima echó por tierra la carta más digerible que tenían a mano. Con Goyo en la cárcel, todo se complica más. Ya están hablando hasta de actrices de telenovelas.
Es saludable para la democracia que estas confluencias ocurran. ¿Pero qué nos trae esta versión renovada de la Izquierda Unida de los 80? ¡Gran desilusión! En palabras de ‘Siomi’ Lerner, el gran aglutinador de la fauna socialista sobre el largo manto de su fortuna personal, el Frente Amplio tiene como norte implementar el plan de la gran transformación. Sí, el mismo que desechó Humala sin ruborizarse, para engatusar a suficientes incautos que le regalaron su voto en la segunda vuelta del 2011.
¿Qué significa esto? Que el Frente Amplio planea cambiar el actual modelo económico junto con la Carta Magna que le dio sostenibilidad. En concreto, volver al modelo de desarrollo hacia adentro centro-periferia y a la Constitución de 1979. Algo así como el gobierno de Juan Velasco sin militares, pero con algo de apertura comercial o como el gobierno de Nicolás Maduro, pero con un poco de inversión privada extranjera, pues aquí no hay el petróleo de Venezuela, aunque sí muchas reservas internacionales netas de las que echar mano para financiar populismo grande al menos por cinco años. Saben perfectamente que pueden mantener una sensación de mejora aparente por algunos años a costa de dilapidar los ahorros del país en reservas. Después vendrá otro a hacer los ajustes y recortes siempre incómodos políticamente. Y volverán a echar la culpa a la “derecha neoliberal”, por supuesto. Desde luego, todo con el telón de fondo de una política exterior alineada a la Unasur y supeditada a los dictados de Caracas. Con el Perú formando definitivamente parte del ALBA.
Vemos entonces que nuestras izquierdas no escarmientan y no se renuevan. Reciclan, con nuevos nombres y nuevos rostros, las viejas taras. No les basta que su experiencia de gestión pública con Susana Villarán haya sido un desastre ni que Ollanta Humala, a quien apoyaron en su momento, haya traído abajo el crecimiento económico del país. No corrigen porque su arrogancia les gana y por mucho. Hacen de la palabra ‘progresismo’ exactamente el antónimo de lo que representan: la ideología y las políticas que más obstruyen el progreso.
Y entonces la surrealista imagen de la pretendida unidad cobra un nuevo sentido. Porque al final, la izquierda es una sola. Utópico es pretender encontrar algo como “izquierda responsable”, “izquierda moderada” o “izquierda moderna” en el socialismo peruano. Sigue siendo la misma izquierda: marxista y leninista, admiradora de Mao, Castro y el Che. Y ahora de Chávez. La misma apuesta de siempre: jugar a ser un cero a la izquierda para el Perú.