Carlos Garatea Grau

Atrapados por denuncias y escándalos de cada día, olvidamos pensar y hablar sobre el futuro que queremos alcanzar como país. Tanto la estridencia del colapso como los desvergonzados bochinches políticos han logrado tal fuerza y recurrencia que la agenda pública está anclada en una actualidad reducida a la acidez de acusaciones, mentiras e insultos. El mañana no tiene espacio ni interés; nadie lo recuerda. Es tan aguda y prolongada la crisis que parece indicarnos que el Perú no nació, de una vez y para siempre, en 1821, sino que está destinado a parirse todos los días a sí mismo.

Por lo pronto, suceden hechos que confirman que estamos mal. Un Rolex ha conseguido lo que no pudo lograr la inaceptable muerte de más de 40 peruanos durante las manifestaciones del año pasado: remecer la frágil estabilidad del Gobierno y poner sobre la mesa la urgencia de una renovación y de una mejora sustantiva en formar a nuestra niñez y a nuestra juventud en valores democráticos y en el cultivo de la verdad. Ni el dolor de las familias que aún esperan justicia, ni el lamento de compatriotas que sufren el incremento de la violencia urbana, ni las miles de mujeres que padecen algún tipo de violencia de género han conseguido lo que, en dos semanas, hizo un costoso y frívolo reloj. Si la memoria incluye los crímenes y atropellos que pudieron evitarse, ahora también incluye el tictac de un reloj y los malabares verbales con los que se quieren negar su existencia o afirmar que se trata de una conspiración.

¿Cómo devolver la fe en el Perú a nuestra juventud? La pregunta cae ahora en saco roto a pesar de su evidente trascendencia. Parece impertinente debido a que la inmediatez del colapso no deja tiempo para nada. En el Apocalipsis se dice que el diablo está siempre apurado. Sabe que tiene poco tiempo. Apura el acecho, la oscuridad, y se alimenta de la sorpresa traicionera y de pactos infames.

La prisa es mala consejera para brindar una educación de calidad. Del mismo modo, consolidar la democracia requiere tiempo para que sus instituciones se asienten y consoliden. También necesita buenos ejemplos. Los requisitos son simples: voluntad, honradez, ideas y respeto. Cuatro dimensiones escasas en la discusión pública. Su extendida ausencia nos hace creer que no hay peruanos capaces, honestos, bien formados, dispuestos a dar lo mejor de sí por el bien común. Admitamos que ha salido a flote un elenco de aventureros inescrupulosos, pero admitamos también que hay peruanas y peruanos decentes y honrados. Contamos con ejemplos ilustres en nuestra historia. La espesa nube negra que ahora nos oculta el horizonte terminará algún día. Confiemos en que sea pronto. Será como despertar de una pesadilla sufrida en capítulos de duración y crudeza distintas.

Estamos atrapados en una época que resulta difícil de nombrar. ¿Cómo la llamaría usted, amigo lector? No encuentro una palabra que la designe sin dejar algo afuera. Tal vez ello expresa el desastre y anuncia lo difícil que será reparar la confianza en las instituciones que hacen viable la vida democrática y el enorme desafío que nos espera para que los jóvenes recuperen la esperanza en su país. El daño es inmenso y nos obliga a pensar y conocer a profundidad el Perú, de ayer, de hoy y de mañana, para trazar una ruta que nos saque del atolladero. Hay quien dice que atravesamos un colapso democrático; otro, prefiere desbordes institucionales; y no falta quien, más empático y directo, resume todo en un sintético despelote nacional. Sea como sea, todas estas expresiones tienen dos palabras, no una. Estamos atrapados y el lenguaje es insuficiente para nombrar lo que ocurre. ¿Se nos acabaron las palabras? ¡Qué difícil hablar del futuro!

Carlos Garatea es rector de la Pontificia Universidad Católica del Perú