La conservación y restauración del patrimonio cultural siempre es una tarea que demanda de entendimiento y vocación. Estas son facultades que confluyen en el equipo que, desde la Municipalidad de Lima, ha dado inicio a un ambicioso proyecto para recuperar progresivamente, con integridad y autenticidad, el Centro Histórico de Lima. Esto en el marco de la implementación de su plan maestro aprobado en diciembre del 2019.
Desde la antigüedad, el hombre le ha dado forma y significado a la materia, imitando con las manos y el intelecto aquello percibido por sus sentidos. A través de los siglos, la humanidad se perfeccionó en la imitación de la creación en su búsqueda de trascendencia.
En Lima, los hombres edificaron con ingenio su ciudad, sus casas, templos y monumentos, constituyendo con los siglos nuestro patrimonio cultural, la herencia de nuestros mayores, testigo y testimonio de nuestro paso.
Con el tiempo, el significado que imprimieron los artífices a sus obras –en este caso, a los monumentos escultóricos de Lima– se fue desdibujando. De este modo, se debilitó la voluntad orientadora de su mensaje, viciando la sensibilidad de la imagen primigenia, el esplendor del bien y la verdad, con la pérdida de la belleza.
En estos días del bicentenario de la independencia se vienen restaurando ardorosamente, con gratitud y veneración patriótica, los monumentos de Lima. Salen a la luz, tras décadas de olvido, la calidad y el prestigio de las proporciones y los materiales nobles. El bronce, el granito y mármol de los pedestales, relieves y figuras exaltan nuevamente la cumbre de las virtudes cívicas y morales de la república: sentido del deber, responsabilidad, defensa de la libertad y soberanía, entrega de la vida por la causa justa.
Bien merece la pena levantar la mirada e interpelarnos desde nuestro tiempo al contraste de la doctrina de quienes descansan imperecederos en sus podios pétreos.
La patria reconocida levantó estos monumentos para memoria y ejemplo de las generaciones venideras, para edificación y robustecimiento del espíritu nacional peruano. Su significado es a la vez sencillo y profundo. Los monumentos son los altares de la patria. En ellos, también se recuerda el holocausto que hicieron de sí mismos sus más calificados defensores. Por eso, la nación, conmovida y agradecida, puso sobre estas aras el incienso mejor, en recuerdo de la ofrenda desinteresada y generosa de sus héroes, que tomaron las armas sin dudar, sin preguntar y sin exigir nada.
La recuperación del estado de gracia de estos monumentos frente al envilecimiento de la incuria y el tiempo nos devuelve, nuevamente relucientes, las virtudes de los retratados: su verdad, su mediación con lo trascendente, su promesa redentora, su recordación perpetua, para seguir aconsejándonos con su doctrina.
Sirvan estas líneas para animar a muchos otros a seguir el camino de la restauración de la belleza que inspira y guía.
*El autor es gerente de Prolima.
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