Enrique Castellanos

La , fundada en 1860, vive probablemente sus años más complicados. A nivel mundial, el tradicional modelo de negocio de las bolsas o también llamados mecanismos centralizados de negociación está bajo ataque de las nuevas tecnologías, la globalización y un cambiante mundo financiero. La BVL no escapa a estas tendencias y la continua caída en los montos negociados, el deslistado de acciones, la reducción de las comisiones y el permanente riesgo de que sea degradada de “mercado emergente” a “mercado frontera” vienen pintando un panorama sombrío para su negocio.

Parafraseando a Zavalita, ¿en qué momento se jodió la BVL? No fue en ningún momento, ni por culpa de nadie. La BVL sufre hoy lo mismo que sufrió la industria automotriz, los electrodomésticos, los textiles e incluso el fútbol profesional: la globalización. Las bolsas de Nueva York, Hong Kong o Londres centralizan cada vez más el negocio bursátil a costa de las bolsas nacionales en todo el mundo. Un mundo más interconectado geográfica y tecnológicamente ha generado economías de escala y un ‘efecto network’ (mientras más gente la usa, más valioso se vuelve) contra las que es durísimo competir.

A esto se suma el ingreso de las nuevas tecnologías. Así como las ventas en línea vía Amazon o Mercado Libre están desplazando a los centros comerciales físicos del negocio ‘retail’, las plataformas de negociación electrónicas –el llamado mercado privado u ‘over the counter’ (OTC)– están desplazando del negocio a las tradicionales bolsas centralizadas. Adicionalmente, la inteligencia artificial, vía algoritmos y robots, hace cada día más difícil para un humano ganar dinero en el ‘trading’ (comprar y vender) de acciones y, por lo tanto, esta tradicional actividad viene desapareciendo.

La tercera plaga para la BVL es el fin del llamado “milagro peruano”. Empezando los 90, las reformas económicas, la privatización de empresas estatales y la creación de las AFP generaron un impulso al negocio bursátil pocas veces visto. De hecho, la BVL se convirtió en una plaza atractiva tanto para inversionistas locales como extranjeros: se listaron nuevas empresas, crecieron los montos negociados y las rentabilidades obtenidas fueron espectaculares. Desafortunadamente, los tiempos cambiaron.

Lo descrito anteriormente es ampliamente conocido por la BVL y hace ya varios años que esta viene tratando de salvar el negocio. En el 2011 se fundó el Mercado Integrado Latinoamericano (MILA) agrupando las bolsas de Lima, Bogotá, Santiago y –posteriormente– México D.F., en un afán por generar economías de escala y mayor liquidez. Por desgracia, los resultados del MILA han sido muy magros; integrar sistemas, procesos, regulación y tributación en cuatro países ha sido difícil. No obstante, hace unos meses, buscando reimpulsar esta estrategia de regionalización, las bolsas de Lima, Santiago y Bogotá bajo la nueva ‘holding’ bautizada Nuam Exchange.

Una segunda maniobra de la BVL ha sido listar localmente acciones estadounidenses y ETF (fondos mutuos que listan en bolsa). Ello con el fin de capturar más flujo de negocio, aprovechando principalmente el hecho de que las ganancias de capitales obtenidas dentro de la BVL están exoneradas del Impuesto a la Renta. Actualmente, en la BVL hay registradas cerca de 200 acciones de empresas extranjeras, pero los montos negociados son bajos.

Asimismo, las sociedades agentes de bolsa (SAB) también se han buscado la vida. Hace ya varios años entablaron alianzas –principalmente– con las SAB de EE.UU. para facilitar que sus clientes peruanos compren acciones de todo el mundo. En adición, las SAB peruanas también han tratado de incursionar en nuevos negocios como fondos de ‘factoring’, negociación de letras de cambio y estructuración de bonos privados para medianas empresas.

A pesar de todos estos loables esfuerzos, creo que –coloquialmente hablando– nuestra bolsa “ya fue”. Quizás premonitoriamente, hace unos meses, la BVL vendió su hermoso local del jirón Carabaya en el Centro de Lima para mudarse a una funcional, aunque impersonal, oficina en San Isidro. Los nuevos tiempos habían convertido la emblemática sede de la BVL en un museo muy caro de mantener.

La compra y venta de valores en la BVL fue un negocio buenísimo durante décadas, por el que muchos inversionistas y agentes de bolsa estamos muy agradecidos. Lo que hoy le pasa a este negocio es el capitalismo trabajando en su versión más pura: la destrucción creativa que nos hace abandonar unas cosas para encontrar otras mejores. Es probable que sea momento de reinventarnos y asignar nuestros recursos financieros a nuevos negocios que prometan más rentabilidad. Solo una sugerencia final: si hay que cerrar la BVL, no hagamos un velorio, mejor hagamos una fiesta, porque de un velorio no se sale con los bolsillos llenos.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Enrique Castellanos es profesor de la Facultad de Economía en la Universidad del Pacífico