Ilustración Fonseca Temer
Ilustración Fonseca Temer
Bruna Fonseca de Barros

El periodista más famoso de , William Bonner, cometió un lapsus antes de ayer: se refirió a como “ex presidente”. Este acto fallido devela el inconsciente colectivo de muchos brasileños, que el hasta ahora presidente –desde su primer día en Itamaraty– siempre ha estado en un permanente estado de salida. Si para los petistas (es decir, seguidores o afiliados al Partido de los Trabajadores) Temer nunca será ‘ex’ porque nunca fue presidente legítimo; para los antipetistas, ya debería ser ‘ex’. Con un discurso de “limpieza de la política”, este último grupo promueve sacar del poder “a todos los corruptos”. Dilma habría sido solo el comienzo.

En la última encuesta de Datafolha, el gobierno de Michel Temer presentaba un 9% de aprobación. Aun así, llevó adelante las reformas previsional y laboral que ni Lula, en su momento de máxima popularidad, se atrevió a realizar. La reacción no se hizo esperar: insatisfacción en las calles; beneplácito empresarial.

Porque para el presidente que ya nació ‘ex’, no tener apoyo puede ser una ventaja. No hay que escuchar a la gente. Cuando no hay que dar explicaciones o depender de índices de aprobación, se puede gobernar en ostracismo. Sin embargo, el catalizador de una gran crisis emergió el miércoles.

Dos ejecutivos de la mayor empresa frigorífica de América Latina, la JBS, Joesley y Wesley Batista, acusaron a Michel Temer de ordenar la compra del silencio del ex presidente de la Cámara, Eduardo Cunha, con el objetivo de obstaculizar la Operación Lava Jato. Cunha –encarcelado desde el año pasado– no solo fue el articulador del impeachment de Dilma Rousseff, sino que en sus manos puede estar la posibilidad de otra caída presidencial. Temer ya fue acusado de haber recibido de la constructora OAS US$1,5 millones, pago mencionado en mensajes de WhatsApp entre Cunha y un ejecutivo de la empresa.

Es que Cunha ya amenazó a Temer: “Si caigo, caigo disparando, llevando a 150 diputados, un ministro y un senador”. Y, obviamente, al propio presidente.

Temer niega todas las acusaciones. En un pronunciamiento nacional dijo que las conversaciones fueron grabadas “clandestinamente” (sin valor legal) y que solo buscan traer de vuelta el “fantasma de la crisis política”. El presidente afirma que no tiene nada que esconder y, siguiendo su estilo político de ignorar a las masas, fue enfático: “¡Yo no renunciaré!”.

Michel Temer es un retrato de lo que su partido representa: un enorme poder político en las manos, pero poca (o ninguna) capacidad de diálogo. El PMDB es un camaleón, su color puede cambiar con el ambiente. Es la mano invisible que mueve a la política en Brasil, pero que cuando se deja ver en el poder, no puede manejarlo.

¿Por qué no renuncia Temer? Posiblemente hay una estrategia detrás. Las motivaciones de su partido, en general, nunca han sido ideológicas, sino fiadas de cálculo político, incluyendo al clientelismo. Pero no podemos descartar motivaciones personales. Como presidente, Temer mantiene un fuero privilegiado. Además, por su edad (76 años), falta de carisma y una condena en el Tribunal Superior Electoral (por exceder el límite de donaciones en una campaña), es imposible que vuelva a la representación política por las urnas. Mientras se aferra al poder, tendrá que enfrentar un posible impeachment (por “crimen de responsabilidad”, a lo Dilma), una casación de su mandato y los esfuerzos por anticipar elecciones directas (pedido de las calles).

La línea de sucesión presidencial tampoco augura un final feliz. En este escenario, el presidente de la Cámara, Rodrigo Maia, se encargaría temporalmente de la presidencia, a pesar de que también está siendo investigado por la Operación Lava Jato. Como en la famosa frase de Luis Fernando Veríssimo, en Brasil el fondo del pozo es solamente una etapa.