La crisis climática, de la naturaleza y de la biodiversidad han llegado a un punto en el que la humanidad ya no puede darse el lujo de observar y esperar. Lamentablemente, el dióxido de carbono (CO2) producido por la actividad humana sigue siendo el principal responsable del calentamiento global.
En el 2020, según el Boletín de la Organización Meteorológica Mundial, la concentración de CO2 en la atmósfera había aumentado hasta un 48% por encima de su nivel preindustrial. Por ello, la descarbonización se ha convertido en una prioridad para los líderes durante la última década. Y si bien las políticas climáticas y las estrategias de transición energética propuestas nos han permitido avanzar en los objetivos de reducción de carbono, este enfoque singular en las emisiones nos ha llevado a un “túnel de carbono”.
Esto significa que, aunque las empresas y las industrias han intensificado el trabajo para optimizar las emisiones, otros objetivos de desarrollo sostenible y amenazas ambientales no han tenido el mismo impulso. De hecho, el clima y la descarbonización representan solo uno de los nueve límites planetarios que deben abordarse para garantizar un planeta seguro, justo y sostenible para las futuras generaciones. También nos enfrentamos a una grave crisis natural que incluye desafíos como la pérdida de biodiversidad, la escasez de recursos naturales, la degradación ambiental a gran escala y el colapso de los ecosistemas. Y si bien muchos sectores ya están experimentando graves efectos, el sistema alimentario mundial lo está resintiendo como ningún otro.
Cada año, se vuelve más urgente crear un sistema alimentario sostenible mientras se alimenta a una población mundial en crecimiento. En la segunda mitad del siglo XX, la revolución verde reforzó la seguridad alimentaria mundial y el arduo trabajo de los agricultores de todo el mundo nos ha mantenido alimentados a través de diferentes crisis globales, pero también aumentó masivamente las emisiones y empujó a algunos ecosistemas naturales al borde del colapso.
Por ejemplo, las prácticas agrícolas intensivas, como el monocultivo continuo y la aplicación de agroquímicos, han llevado a la deforestación y la degradación del suelo. Esto, a su vez, aumenta el riesgo de erosión y pérdida de hábitat. Del mismo modo, la expansión de los sistemas de riego ha agotado los recursos hídricos en algunas regiones, haciendo que ciertas áreas no sean aptas para la agricultura. Dado que el 75% de los cultivos alimentarios –incluidos los vegetales, las almendras y el café– dependen de un suelo, agua y polinización saludables, continuar por este camino tiene serias implicaciones para el sistema alimentario mundial.
Los agricultores carecen del apoyo necesario para superar el costo y el riesgo de cambiar a prácticas más sostenibles. No obstante, la agricultura regenerativa ofrece un importante paso adelante para la industria. Esta promueve el desprendimiento de carbono por encima y por debajo del suelo, y reduce las emisiones de gases de efecto invernadero, al mismo tiempo que protege la biodiversidad dentro y alrededor de las granjas, mejora la retención de agua en el suelo, mejora la eficiencia en el uso de nutrientes y apoya los medios de vida de los agricultores.
Un estudio reciente de BCG en colaboración con One Planet Business for Biodiversity y el Consejo Empresarial Mundial para el Desarrollo Sostenible muestra que los agricultores tienen más probabilidades de adoptar la agricultura regenerativa por dos razones: para reducir costos y mejorar la salud del suelo. En particular, solo el 5% de los agricultores citaron el desprendimiento de carbono como su razón principal para adoptar la agricultura regenerativa. En otras palabras, una solución positiva para la naturaleza que mejore la salud del suelo puede ser más atractiva para los agricultores que una solución neta cero que reduzca las emisiones de carbono.
Los beneficios de las soluciones positivas para la naturaleza se amplifican cuando las partes interesadas colaboran y adoptan estrategias integrales a nivel de paisaje en lugar de dentro de una sola granja. Por ejemplo, los agricultores pueden unir fuerzas para proteger a todos los polinizadores locales o colaborar para mantener la integridad de los cuerpos de agua cercanos.
Para lograr un sistema alimentario justo y sostenible, las organizaciones deben evaluar los desafíos climáticos y naturales más apremiantes dentro de su contexto único, identificar las áreas donde pueden tener el mayor impacto y aprovechar las oportunidades para actuar tanto individualmente como en colaboración con el ecosistema más grande. De esta manera, se evitarán daños mayores.