El miércoles 27 de julio, una cambista fue asaltada y asesinada en el centro financiero de San Isidro. Es al menos el quinto asalto de este tipo en Lima desde febrero pasado. Como consecuencia de un asalto anterior, la municipalidad de este distrito había anunciado que desde octubre estará prohibido el cambio de moneda extranjera en sus calles.
¿Se trata de una medida acertada? Desde el punto de vista del alcalde de San Isidro, probablemente sí, ya que no habrá más asaltos a cambistas en su jurisdicción. Desde el punto de vista de los demás alcaldes, probablemente no, porque quienes cambiaban dólares en las calles de San Isidro empezarán a hacerlo en sus distritos. El mayor inconveniente con este tipo de propuestas es que atacan el síntoma y no la causa de los problemas. Es como tener una infección y que el médico se limite a tratar la fiebre. Si bien nos sentiremos más cómodos, nuestra vida seguirá estando en peligro.
En este caso, para diferenciar la causa del síntoma, es necesario entender por qué mucha gente usa los servicios de los cambistas si ello supone asumir los riesgos de llevar grandes sumas en efectivo. Más aun si puede hacer la misma operación en un banco o retirar dólares directamente de un cajero automático, incluso en el extranjero.
Una parte de la liquidez del mercado informal proviene de empresarios informales y actividades ilegales, es decir, de gente que evita usar la banca. Pero el resto, probablemente la mayor parte, proviene de gente que tiene el dinero depositado en el sistema bancario pero que prefiere correr el riesgo de retirarlo, llevarlo en efectivo y cambiar en la calle que pagar lo que cobran los bancos por cambiar moneda. La causa es el costo de usar la banca, de la formalidad. Los cambistas, el síntoma.
El factor que mejor explica la diferencia de ‘spreads’ (la diferencia entre los precios de compra y venta) entre la banca y el mercado informal de cambios (casi el doble, de acuerdo con cifras del BCRP) es la limitada competencia que enfrentan los bancos por sus servicios una vez que nuestro dinero está depositado en ellos. Cuando ello sucede, la única manera de evitar cambiar dinero en el banco es retirándolo y cambiándolo en la calle, lo que genera costos adicionales en términos de riesgo. Los bancos lo saben y por eso cobran más. La gente que usa a los cambistas es la que por necesidad u opción es más propensa al riesgo (también quienes cambian pocas cantidades, pero ellos no son víctimas de los marcas).
¿Qué debiera ocurrir entonces para que los bancos se vean obligados a reducir sus ‘spreads’ y la gente tenga menos incentivos para acudir a los cambistas? Mayor competencia. Deberíamos poder cambiar moneda en casas de cambio reguladas con la misma facilidad y seguridad con la que lo hacemos cuando compramos con una tarjeta de crédito. La única diferencia es que el paso de la tarjeta tendría que generar dos transacciones: un débito en una cuenta bancaria y un depósito simultáneo en otra.
Es muy probable que un sistema así facilite evitar llevar grandes sumas en efectivo, lo que reduciría la probabilidad de que gente honrada sea víctima del crimen. También facilitaría la lucha contra la informalidad y el lavado de activos al retirar del mercado informal gran parte del dinero formal y lícito. ¿Es muy difícil de implementar? No lo creo.
Me atrevería a afirmar que, si no se ha hecho aún, es por la falta de interés de los bancos. En políticas públicas nada es tan simple como tomar una pastilla. Pero al igual que en la medicina, las cosas se ponen peor cuando no se hace nada o la pastilla que se toma es la equivocada.