En tiempos que confunden verdad con versión, cuando periodistas conocidos afirman que han invitado a fulano “para que diga su verdad”, como si la verdad fuera de uno, podríamos creer que este oficio agoniza.
Felizmente, no es así. Y felizmente no solo para quienes lo ejercen, sino para una sociedad que, nos guste o no, necesita del buen periodismo. En papel, audio o video, en todas las plataformas y adecuándose a las aplicaciones que aparecen, allí está. Su función sigue siendo informar, denunciar, abrir espacios para la opinión.
El impacto de los medios digitales ha dado paso a un cambio importante en la forma en que se recoge, se procesa y se difunden las noticias, y también en los modelos de negocio. Antes, la publicidad evidente en periódicos, programas radiales y de televisión permitía saber de qué vivía ese medio. Hoy, con la prevalencia de lo digital, esto no es tan transparente.
Precisamente, esos medios digitales, nacidos de emprendimientos periodísticos, atentos a audiencias definidas, son los que están liderando el cambio. Algunos prosperan, probando, ensayando, hasta que logran conectar, y muchos quedan en el camino al primer tropiezo. Estamos en una etapa en la que es difícil distinguir, además, a los que realmente hacen periodismo de aquellos que hacen propaganda o que difunden información según agendas o militancias particulares. Saber quién los financia ayudaría a despejar dudas.
Hoy preside la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) el destacado periodista mexicano Roberto Rock, director del medio nativo digital La Silla Rota. Eso nos dice cuánto peso han ganado los medios digitales en el mundo de las comunicaciones.
A la revolución digital se acaba de sumar la inteligencia artificial. Como ella, las herramientas seguirán apareciendo para servir mejor a este oficio tan humano que, parafraseando al periodista británico Paul Johnson, tiene sentido si es un vehículo para cuestionar y criticar a los notables, enderezar entuertos, atacar a gobiernos corruptos y humillar a los arrogantes, pero que también, de vez en cuando, nos recuerda que vivimos en un mundo infinitamente bello, donde abundan la gente fascinante, los hechos alentadores y las risas, y que Dios está en su cielo.
Tal como sentenció el filósofo griego Heráclito, lo único definitivo es el cambio. Y al cambio tienen que enfrentarse constantemente los periodistas. Con la imprenta, con la revolución industrial, con el telégrafo y con la aparición de Internet a mediados de los 90. Y, últimamente, con la explosión de la inteligencia artificial. En todas esas ocasiones, el encargado de mantener informada a la sociedad se ha enfrentado a constantes cambios de paradigma en la producción de contenidos, en su relación con el público y en la aparición de nuevos formatos y plataformas. Debemos reconocer que el periodismo está evolucionando hacia nuevas formas de comunicación y narración de historias.
Actualmente, se ha democratizado el acceso a la información, debido al abaratamiento de la tecnología, a la aparición de nuevos canales de difusión y a un consumidor que ha dejado de ser un ente pasivo al que le dictaban la agenda de lo que debía comentar. Esta situación plantea la necesidad de repensar los modelos de negocio y las estrategias de distribución de contenidos para adaptarse a esta nueva realidad.
Que hoy la información fluya con una velocidad inusitada conlleva un riesgo. Muchas veces hay más premura por aparecer primero que en verificar si lo que se está publicando es cierto. Por otro lado, el volumen de contenidos que inunda las redes no siempre proviene de una fuente de garantía o de una cuenta verificada, lo que da pie a lo que hoy se llama infoxicación.
En este nuevo escenario, el periodismo enfrenta el reto de mantener su credibilidad y relevancia en un contexto de saturación informativa. El periodista deberá mantenerse fiel a sus principios éticos y a su compromiso con la verdad y la transparencia informativa, desarrollando habilidades como el pensamiento crítico, la capacidad de investigación y la adaptabilidad a nuevas tecnologías. En un mundo cada vez más polarizado y lleno de desinformación, el periodismo de calidad se convierte en un pilar fundamental de la democracia y el debate público.