La pandemia ha supuesto que muchos colegios del Perú permanezcan cerrados. ¿Deberían reabrirse? el Cara y Sello de hoy lo explora a través del punto de vista de dos expertos.
Educación o salud: un dilema aparente, por Jorge Camacho Bueno
“¿Qué ha mejorado para que nos planteemos regresar a las aulas?”.
En momentos en que nuestra sociedad da señales de estar perdiendo el sentido de la vida humana, el COVID-19 ha recordado al mundo, de modo dramático, el valor de la misma.
Todos estamos deseosos de iniciar clases presenciales. La educación –en inicial, primaria y secundaria– se desarrolla al calor del contacto humano. Se va al colegio para adquirir conocimientos fundamentales que permitan desarrollar competencias y a aprender a vivir en sociedad.
Analizar la conveniencia de iniciar el año escolar el 2021 con clases presenciales no pasa por ver los beneficios pedagógicos de cada modalidad, sino en saber si es factible iniciar las clases de modo presencial o semipresencial sin poner en riesgo la salud y la vida de alumnos, sus familias y de los profesores.
Los protocolos para la reapertura de los colegios buscan garantizar fundamentalmente el lavado de manos, el uso de mascarillas y el distanciamiento social. Es justamente este último punto el que entra en conflicto con lo que se pretende: por un lado vendrían al colegio para interactuar con sus compañeros y profesores y, por otro lado, los profesores deberán asegurarse que guarden el distanciamiento social y que interactúen lo menos posible. Además, como no hay local que pueda albergar a tantos grupos reducidos de alumnos al mismo tiempo, se plantean diversas soluciones (turnos, horarios diferenciados) que hacen que un alumno vaya a clases algunos días y otros continúen con sus clases online.
Aquí cabe preguntarse si está solución (clases semipresenciales) es mejor en el aspecto académico que las clases 100% online, y si el necesario distanciamiento social, establecido en los protocolos, permitirá desarrollar el aspecto social que surge de la interacción entre pares y con sus profesores.
Pero el talón de Aquiles de este modelo es que el riesgo sanitario sigue siendo alto. La mayoría de los alumnos usa el transporte público para ir al colegio y regresar a su casa. Allí no hay protocolo que valga. Por otro lado, no hay capacidad para detectar a los profesores o alumnos asintomáticos; para esto, así como ocurre en otros países, todos los alumnos y profesores deberían tomarse pruebas frecuentemente.
Este año las clases online cumplen el objetivo académico, en unas edades mejor que en otras, y la interacción social de modo virtual entre alumnos y profesores también ha sido posible.
¿Qué ha mejorado para que nos planteemos regresar a las aulas? La emergencia sanitaria sigue y los indicadores señalan una segunda ola; el acceso a la vacuna está cada vez más lejos. Si con las mismas condiciones sanitarias el Minedu pretende regresar a las aulas, cabría preguntarse ¿por qué no abrieron los colegios antes?
El distrito escolar de Los Ángeles, que es el segundo sistema escolar público más grande de Estados Unidos, inició el año escolar de modo virtual, con horario completo similar al que tenían con clases presenciales. El Minedu debería enfocar sus esfuerzos por mejorar la conectividad de profesores y alumnos de los colegios del Estado, de modo que puedan tener clases online, y no solamente prender por unas horas su televisor.
Vuelta a la escuela: la opción del 2021, por Daniel Contreras
“Trabajar para reabrir las escuelas de manera segura y protegida es imperativo”.
Las escuelas no deberían permanecer sin clases presenciales o semipresenciales en el 2021. Para ello, hay dos preguntas claves que debemos responder: ¿por qué reabrir las escuelas? y ¿qué riesgos implica la reapertura y cómo manejarlos? Es necesario conocer el impacto que tiene el cierre de los centros educativos en los aprendizajes de los estudiantes y saber que estos son difícilmente recuperables. El acceso y uso de plataformas virtuales, combinadas con televisión, radio y material didáctico –meritorio, por cierto– no sustituye la clase presencial, no reemplaza la interacción entre docentes y estudiantes tanto para el aprendizaje como en aspectos socioemocionales.
A las ya complejas situaciones previas que vivían las poblaciones más vulnerables (carencia de infraestructura, limitado acceso a Internet, e insuficiencia de maestros que hablen las lenguas originarias de sus estudiantes), se suman condiciones estructurales como la pobreza, ruralidad, y dificultades para atender a estudiantes con alguna discapacidad, aspectos que afectan doblemente a los más vulnerables. Solo la escuela puede ofrecer procesos expresamente diseñados para desarrollar habilidades y actitudes, y apropiarse de los conocimientos esenciales para la vida.
El temor de las familias de enviar a sus niños a la escuela presencial es comprensible, por eso es necesario atender la evidencia. Un reciente informe técnico elaborado por la OMS, Unesco y Unicef “Educación en persona y transmisión de la COVID-19: Revisión de la evidencia”, enfatiza que en los estudios basados en el registro de cierre de las escuelas, y su posterior reapertura en 191 países, no se encuentra asociación entre la situación de las escuelas y las tasas de infección por COVID-19 en la comunidad. Los contactos en la escuela, y los datos observados en varios países de la Unión Europea sugieren que la reapertura no se asocia a aumentos significativos en la transmisión. “Las reaperturas tampoco impactaron significativamente en el número de casos entre niños y niñas”. Otro informe de la OMS y Unesco indica “(...) que las escuelas pueden abrir de manera segura en presencia de planes de seguridad sólidos”.
La reapertura de las escuelas de manera flexible, segura y gradual no implica un riesgo cero, pero reducir la inseguridad depende no solo de las condiciones y la evolución de la pandemia; también depende de la planeación, organización y cumplimiento de los protocolos sanitarios y del enfoque territorial. El compromiso y la responsabilidad de autoridades y tomadores de decisiones en todos los niveles facilitará mucho este proceso. La asignación de presupuesto para habilitar la infraestructura sanitaria, logística y tecnológica es también necesaria.
Trabajar para reabrir las escuelas de manera segura y protegida es imperativo. La evidencia muestra que los riesgos son muy bajos, y los beneficios de la reapertura son innegables. Los más de 9 millones de niñas, niños y adolescentes peruanos tienen ese derecho y el aula es irreemplazable. No les neguemos esa posibilidad.
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