“¿Por qué subsidiar el cine y no la literatura, las artes o la fotografía?”.
Se ha generado una controversia por los subsidios que el Estado concede a ciertas películas. Ello, a raíz de un comedido proyecto de ley que, muy tímidamente, pretende reducir tales subsidios.
Estamos parcialmente en contra de tal proyecto; en contra, naturalmente, respecto de los subsidios que el proyecto no elimina. No encontramos razón alguna para que el Estado subsidie una actividad que, si realmente fuese una expresión del pueblo (cultura), la gente financiaría con su tiempo y dinero.
Nos preguntamos: ¿por qué subsidiar el cine y no la literatura, las artes o la fotografía? ¿No sería mejor el teatro o el circo? ¿Dónde quedan la zarzuela, el ballet o la ópera? ¿El rock nacional? ¿La danza de las tijeras? ¿Por qué la cultura y no las artes marciales? Si empezamos con las cartas a Papá Noel, hasta los toreros pedirían subsidios.
Es inevitable que los partidarios de financiar las preferencias propias con el dinero ajeno consideren que lo que hacen (sea cultura o arte, industria o ciencia) es fundamental para el desarrollo. Es ineludible que, histriónicamente, pidan con actoral voz impostada un subsidio, condenando a la hoguera de la cancelación a quienes se opongan. Sin embargo, corriendo el telón, vemos en pantalla grande que los subsidios son siempre una mala idea.
Primero, financian actividades que generan un valor menor al costo de realizarlas. Si no fuera ese el caso, si la gente estuviese realmente dispuesta a financiar mediante sus preferencias esas actividades, no se requeriría subsidio alguno.
Segundo, distraen recursos de usos más necesarios. Todos coinciden en que la educación es clave para el desarrollo del Perú; sin embargo, solo obtiene el 6% del presupuesto nacional. Ocupando los últimos lugares de la prueba PISA, ¿no tendría más sentido destinar nuestro poco dinero para que la gente aprenda a sumar o comprenda lo que lee? ¿No es eso mejor que financiar películas?
¿Quién determina a quién se le da el subsidio? ¿Quién supervisa que el dinero sea gastado en películas culturales? Cuando los filmes son financiados por los privados, estos se ocupan de que los fondos entregados sean utilizados en lo debido. En el caso de subsidios estatales se requiere de iluminados que determinen a quiénes regalar el dinero. Además, se necesita incorruptibles fiscalizadores que supervisen que este dinero sea gastado correctamente. Una farra fiscal en el país que tuvo más muertos por millón en la última pandemia.
Finalmente, es distinto que nos obliguen a pagar impuestos para brindar salud o educación a personas de escasos recursos, a que nos fuercen a financiar películas. En el primer caso, uno puede entender el porqué del impuesto; en el segundo, ¿cuál es la justificación moral?
Ello, sin contar que pueda tratarse de películas con las que uno esté en desacuerdo. Es igualmente inmoral financiar con recursos públicos una película que ensalce a Javier Diez Canseco, que una que glorifique a Pedro Beltrán.
Malgastar así el dinero de los contribuyentes es una película para llorar.
“Es un despropósito querer hacer ‘borrón y cuenta nueva’, como propone la congresista Tudela”.
La ley de cine en el Perú tiene toda una historia. Recordemos que la primera en nuestro país fue la 19327, de 1972, que Armando Robles Godoy gestionó ante el general Juan Velasco Alvarado. Esta norma obligaba a una exhibición obligatoria de cortometrajes peruanos en salas comerciales, lo que permitía que un porcentaje de la ganancia total de la taquilla retornara a los productores de cortometrajes. No obstante, ya han pasado más de 50 años de la ley de Velasco y muchos proyectos de ley se han sucedido. Con Alberto Fujimori funcionó una que tuvo un manejo centralista y limeño, cuya arquitectura normativa y deficiente gestión fueron en desmedro de la producción de cine en las regiones y provincias del Perú.
Felizmente, las administraciones posteriores del Ministerio de Cultura (Mincul) en el nuevo milenio corrigieron ese sesgo centralista y, por otro lado, se elaboraron procesos imparciales y rotativos de selección de jurados, se hicieron convocatorias descentralizadas. Este proceso, conseguido gracias a las protestas de los gremios de cineastas, tuvo un cauce final en un decreto de urgencia –la ley actual– promulgado de forma muy expeditiva por Martín Vizcarra en el 2019 –que proponía, entre otras cosas, la creación de una Cinemateca Nacional y daba incentivos mayores a la producción de películas habladas en lenguas originarias–.
El problema del decreto de urgencia de Vizcarra es que era excesivamente “declarativo” y no contaba con una normativa o reglamentación que haga realidad lo que en muchos sentidos podría quedar como una declaración de buenas intenciones. Además de la Cinemateca Nacional, el Perú necesita una política de alfabetización cinematográfica en la educación escolar básica, o la creación de una Escuela Pública de Cine, por ejemplo.
Por otro lado, la ley actual también debería establecer algunos incentivos tributarios para que las empresas nacionales y extranjeras se animen a filmar más en nuestro país, lo que ayudaría a concretar una industria cinematográfica nacional. Esto es algo que ya se viene trabajando en el Mincul, en coordinación con el Ministerio de Economía.
Por lo dicho líneas arriba, así como por la diversidad creativa y el éxito artístico de nuestro cine en los últimos 20 años, debemos pensar en mejorar la actual ley de cine, ya que las tareas pendientes son conocidas por los gremios y los especialistas en el tema. Es un despropósito, entonces, querer hacer “borrón y cuenta nueva”, a la manera de los congresistas Tudela y Cavero, con una propuesta de ley que desconoce no solo lo que significa el arte para un país, sino que desconoce lo logrado por el cine peruano en su ya larga y rica historia. Pretender –como pretende la congresista Tudela– que el cine peruano lo maneje una ventanilla única de Prom-Perú –borrando del mapa al Mincul en los ámbitos que le corresponden– no solo hace obvia una gran ignorancia, sino que es de un descaro casi infantil.
El arte genuino, en sus múltiples formas y forjado en las diferentes lenguas de nuestro país, es una forma de autoconocimiento esencial, como lo es también la ciencia. Pretender que el fortalecimiento, la conservación y la difusión del arte peruano los administre exclusivamente una institución de promoción del turismo roza la estulticia y el espanto.