“Si tuviésemos nuevas elecciones, estas producirían resultados muy parecidos si no hay un cambio radical”.
Se le atribuye a Albert Einstein, al parecer erróneamente, la frase que sentencia que es una locura hacer lo mismo una y otra vez esperando resultados diferentes. Independientemente de su autor, la frase es contundentemente cierta. De ahí que, si tuviésemos nuevas elecciones, sean en el 2023 o en el 2026, estas producirían resultados muy parecidos si no hay un cambio radical de las reglas a aplicarse.
El cambio legal no es un acto de magia que reconstruye sistemas de partidos o que vuelve buenos a los malos políticos, pero puede generar incentivos decisivos para los actores que, a su vez, cambien las condiciones de la elección. Para empezar, se requiere que los actores políticos sean capaces de producir amplios consensos alrededor de algunas ideas fuerza, lo que ahora podría parecer muy incierto. Por ello, el acuerdo no puede ser solo entre políticos, sino fruto del acompañamiento de actores sociales diversos. Se requiere entender, en esta hora difícil, que nuestra débil democracia enfrenta una crisis que podría derivar en un quiebre institucional con consecuencias nefastas.
¿Cuáles serían esas ideas fuerza y cuáles los nudos que sería importante desatar? Parece claro que es necesario airear el mundo político favoreciendo la renovación y la inclusión de nuevos actores. Eso incluye desburocratizar la participación política ajustando el control a aquellas áreas que sí son relevantes. Habría que simplificar la inscripción de nuevos partidos con mecanismos online que descarten las fichas físicas y otras formalidades. El riesgo de afiliaciones fantasma se combate otorgando consecuencias concretas a cada afiliación, con un quórum verificado por la autoridad electoral para las principales decisiones partidarias, como la designación de dirigencias. Si un partido infla su padrón, luego tendrá problemas para funcionar.
Otro ámbito importante es la democratización de la selección de candidaturas, normando adecuadamente las primarias abiertas y promoviendo un mejor acceso a sectores tradicionalmente excluidos.
En la lógica de mejorar la representación y favorecer un proceso legislativo más consistente cobra cada vez mayor consenso la bicameralidad. En América Latina la mayoría de países y los de mayor población tienen parlamentos bicamerales y en casi todos ellos (con excepción de Costa Rica y el Perú) la reelección es permitida. En algunos casos, con una limitación razonable del número de períodos, como en México. Un bicameralismo asimétrico (cámaras con funciones diferentes y complementarias), con reelección inmediata limitada a dos o tres períodos y una cámara baja con circunscripciones más pequeñas junto con un Senado de distrito único o de macro-regiones, podría mejorar significativamente el desempeño parlamentario.
“El momento nos lleva a pensar que quizás, más que plantear nuevas reformas, nos toca defender lo avanzado”.
En esta semana, el Congreso de la República ha aprobado más de una norma que atenta contra los derechos y el futuro de peruanas y peruanos.
¿Qué explica que un Parlamento vote en contra de los intereses de los ciudadanos? ¿Qué factores inciden en que 86% de ciudadanos desapruebe el desempeño de este poder representativo? Un argumento, entre otros, es que las reglas para escoger representantes, así como las reglas para ejercer la representación, no están funcionando. De ahí la necesidad de concluir con el debate y la aprobación de las propuestas de reforma política. Sumando a lo dicho en el debate público, comparto algunas ideas para ser priorizadas en la discusión.
Un primer grupo de reformas apuntan a mejorar la oferta política: requerimos mejores candidaturas y representantes electos. ¿Cómo explicar que los parlamentarios hagan mal su trabajo? Primero, porque carecen de las capacidades políticas y de la integridad para cumplir bien su función, y, segundo, porque carecen de incentivos suficientes para priorizar lo público sobre sus intereses particulares. Una primera reforma que debe ser discutida es la reelección de congresistas. La posibilidad de reelegirse puede ayudar a sopesar mejor las decisiones que pueden comprometer su posible reelección.
Por otro lado, ¿cómo terminamos escogiendo entre “la peste y el cólera”? Para eso es necesario contar con mejores filtros, que reduzcan el riesgo de pésimas candidaturas. En este orden de ideas, una segunda reforma es la implementación de las elecciones primarias, llamadas en América Latina, las PASO: Primarias abiertas, simultáneas y obligatorias. Este tipo de elección nos permitirá escoger a los ciudadanos, en el marco de las elecciones primarias, a los pre-candidatos que consideramos los más adecuados para competir en las elecciones. Este mecanismo aplica como un filtro en la primera etapa electoral. Si un candidato no es considerado adecuado, su candidatura no es respaldada y así se evitan costos para el político o la política, el partido y los ciudadanos. Esta reforma está vigente, pero su aplicación ha sido postergada en dos oportunidades. Esto no debe volver a ocurrir.
¿Cómo explicar que no nos sintamos representados? En un país donde la mitad de las ciudadanas son mujeres o donde más del 25% se autoidentifica como indígena se esperaría que esos porcentajes se reflejen en el parlamento. Pero no es así. 40% es el porcentaje actual de mujeres parlamentarias son mujeres y no se llega a una representación más significativa de la población indígena después de 200 años de vida republicana. Por ello es necesario plantear una reforma que redefina los mecanismos de representación a nivel nacional de la población indígena, así como se hizo con la paridad y alternancia para la representación de las mujeres (aunque existan todavía algunos temas complementarios por definir). Esto requeriría discutirse en el marco del retorno a la bicameralidad, y de una mejor representación de la diversidad territorial y poblacional del país.
Pero el momento actual nos lleva a pensar que quizás, más que plantear nuevas reformas, nos toca defender lo avanzado: En paridad y alternancia, en financiamiento electoral, entre otros. El desempeño del parlamento está poniendo en peligro las diferentes reformas que estaban en curso, incluyendo la reforma política. Es momento de no desandar lo poco andado.