¿Qué cambiar para cambiar?

Percy Medina

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Defender (y proponer) las reglas para una mejor representación

Adriana Urrutia

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“Si tuviésemos nuevas elecciones, estas producirían resultados muy parecidos si no hay un cambio radical”.

Se le atribuye a Albert Einstein, al parecer erróneamente, la frase que sentencia que es una locura hacer lo mismo una y otra vez esperando resultados diferentes. Independientemente de su autor, la frase es contundentemente cierta. De ahí que, si tuviésemos nuevas elecciones, sean en el 2023 o en el 2026, estas producirían resultados muy parecidos si no hay un cambio radical de las a aplicarse.

El cambio legal no es un acto de magia que reconstruye sistemas de partidos o que vuelve buenos a los malos políticos, pero puede generar incentivos decisivos para los actores que, a su vez, cambien las condiciones de la elección. Para empezar, se requiere que los actores políticos sean capaces de producir amplios consensos alrededor de algunas ideas fuerza, lo que ahora podría parecer muy incierto. Por ello, el acuerdo no puede ser solo entre políticos, sino fruto del acompañamiento de actores sociales diversos. Se requiere entender, en esta hora difícil, que nuestra débil democracia enfrenta una crisis que podría derivar en un quiebre institucional con consecuencias nefastas.

¿Cuáles serían esas ideas fuerza y cuáles los nudos que sería importante desatar? Parece claro que es necesario airear el mundo político favoreciendo la renovación y la inclusión de nuevos actores. Eso incluye desburocratizar la participación ajustando el control a aquellas áreas que sí son relevantes. Habría que simplificar la inscripción de nuevos partidos con mecanismos online que descarten las fichas físicas y otras formalidades. El riesgo de afiliaciones fantasma se combate otorgando consecuencias concretas a cada afiliación, con un quórum verificado por la autoridad electoral para las principales decisiones partidarias, como la designación de dirigencias. Si un partido infla su padrón, luego tendrá problemas para funcionar.

Otro ámbito importante es la democratización de la selección de candidaturas, normando adecuadamente las primarias abiertas y promoviendo un mejor acceso a sectores tradicionalmente excluidos.

En la lógica de mejorar la representación y favorecer un proceso legislativo más consistente cobra cada vez mayor consenso la bicameralidad. En América Latina la mayoría de países y los de mayor población tienen parlamentos bicamerales y en casi todos ellos (con excepción de Costa Rica y el Perú) la reelección es permitida. En algunos casos, con una limitación razonable del número de períodos, como en México. Un bicameralismo asimétrico (cámaras con funciones diferentes y complementarias), con reelección inmediata limitada a dos o tres períodos y una cámara baja con circunscripciones más pequeñas junto con un Senado de distrito único o de macro-regiones, podría mejorar significativamente el desempeño parlamentario.

Percy Medina Jefe en Perú del Instituto Internacional para la Democracia y la Asistencia Electoral (IDEA Internacional)