“Piñera no fue siempre apoyado por las organizaciones que lo hicieron su candidato y tuvo que forjar a pulso su liderazgo”.
El trágico fallecimiento del expresidente chileno Sebastián Piñera ha causado profunda conmoción en Chile y las manifestaciones de pesar y reconocimiento a su labor como mandatario se multiplican.
Lo conocí cuando éramos jóvenes al haber desempeñado funciones diplomáticas en Chile en tres etapas diferentes, por lo que puedo dar fe del desarrollo y transformación de ese país convertido hoy en exportador no solo de sus riquezas naturales, sino también de capitales e inversiones millonarias en países vecinos. Uno de los gestores de esta transformación fue Sebastián Piñera con su talento para el emprendimiento y con su capacidad de decisión, que es lo que lo caracterizó durante sus dos mandatos presidenciales: la reconstrucción después del terremoto de marzo del 2010, su personal intervención en el rescate de los 33 mineros que tuvo al mundo en vilo en agosto del 2010, el buen manejo de la pandemia del COVID-19 en el 2020 y el 2021, y el riesgo político que tomó ante el estallido social entre octubre del 2019 y marzo del 2020.
Creo oportuno detenerme en este último punto, pues esta fue la mayor crisis política que enfrentó el país desde la transición. Se plantaron en el centro de Santiago más de 800.000 personas exigiendo una nueva Constitución y acabar con los últimos rezagos del pinochetismo. Piñera tomó la controvertida decisión de aceptar mediante un pacto de todas las fuerzas políticas el establecimiento de una convención constitucional, al considerar que postergar este reclamo multipartidario de izquierda solo hubiera prolongado la crisis.
Fue un admirador de nuestro pasado histórico y cultural. En conversaciones que tuvimos, solía hacer comentarios sobre diversos acontecimientos o personajes de nuestra historia. Incluso encargó un estudio genealógico que lo vinculó como descendiente de Huayna Cápac. Es así como en la Navidad de 2012 le obsequié la obra completa de Jorge Basadre.
En contraste con la posición de Michelle Bachelet, que asumió como un acto hostil la presentación de la demanda del Perú ante la Corte Internacional de Justicia por el límite marítimo, Piñera y su gobierno entendieron que dicha demanda era conforme al derecho internacional. Alan García acuñó el término de las “cuerdas separadas” y Piñera el de que “lo que está en La Haya quede en La Haya”. De esta manera, las relaciones bilaterales no solo no se afectaron, sino que con emoción comprobamos cómo prácticamente todos los sectores de la sociedad civil de ambos países se esforzaron en esta política de Estado de profundizar el cúmulo de vinculaciones existentes.
La expresidenta Bachelet tuvo permanente apoyo de las formaciones de izquierda y conserva su liderazgo y el cariño del pueblo. Piñera –demócrata, estadista, cultivado, creyente y con el sostén de su familia y su esposa Cecilia Morel– no fue siempre apoyado por las agrupaciones políticas que lo hicieron su candidato y tuvo que forjar a pulso su liderazgo y ganarse el aprecio del pueblo gracias a su excepcional capacidad y acertadas decisiones. Por eso, el 6 de febrero del 2024 el hombre dio paso al personaje-leyenda de Sebastián Piñera.
“Hay que destacar en Piñera al hombre de diálogo, una cualidad indispensable en una democracia”.
Los peruanos recordaremos a Sebastián Piñera por haber fomentado las mejores relaciones entre nuestros países. Fue un militante de la doctrina de las “cuerdas separadas” que, concretamente, significaba impedir que la controversia en torno al tema de la demanda marítima del Perú lastrara la consolidación de la relación bilateral en sus muchos otros aspectos.
Esta no era claramente una postura que generara unanimidad en Chile; sin embargo, Piñera, con el pragmatismo del gran empresario que también era, la sostuvo.
En esa misma línea, impulsó el cumplimiento rápido de la sentencia de la Corte Internacional de Justicia, que significó una victoria parcial para el Perú, superando el fastidio que, lógicamente, ese resultado produjo en Chile.
También es destacable su participación entusiasta en la creación de la Alianza del Pacífico, ese importante espacio de integración económica llamado a desarrollarse más allá de las contingencias políticas actuales.
En lo que se refiere a la evaluación de su actuación como presidente y político de su país, es una tarea que, naturalmente, incumbe en primer término a sus compatriotas, pero sí es pertinente hacer aquí algunos apuntes.
El primero de ellos es que votó No en el plebiscito de 1988 sobre la permanencia o no en el poder de Augusto Pinochet, distinguiéndose de la mayoría de su campo ideológico.
Por otro lado, fue quien tuvo el mérito, para su orilla política, de romper en el 2010 el predominio de la Concertación Nacional, que se mantenía en el poder desde el retorno de la democracia en 1990.
Además, fue durante su segundo mandato que estalló, como se sabe, la revuelta del 2019, producto de frustraciones que se habían acumulado durante años, a pesar de los impresionantes logros de la economía chilena alcanzados desde décadas atrás. La salida democrática del cambio de Constitución por las urnas que impulsó el entonces mandatario fue echada a perder por los mismos que apoyaron el movimiento social.
Finalmente, hay que destacar en Piñera al hombre de diálogo, una cualidad indispensable en una democracia, al contrario de lo que algunas voces bastante desubicadas, cuando no delirantes, pretenden hacer creer actualmente en el Perú.