Una victoria de Putin y una derrota de la diplomacia

Ginevra Baffigo

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El triunfo no sería solo de Ucrania

Milagros Asto Sánchez

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“Una victoria de Vladimir Putin en Ucrania supondría un escenario distópico para todo Occidente”.

En un universo alternativo, es 1962. El Eje ha ganado la Segunda Guerra Mundial: el mundo está dividido en dos y Estados Unidos en un lejano Oeste bajo el Imperio del Sol y la costa Este reducida a colonia nazi.

En el 2014, el historiador ruso Andrej Zubov comparó la anexión rusa de Crimea con el Anschluss de Austria a la Alemania nazi en 1938, y hoy la amenaza de un orden mundial subvertido no nace de la pluma de Philip K. Dick ni de la premisa de su célebre novela ucrónica, “The Man in the High Castle”, sino de la nueva guerra en y de las ambiciones imperiales del presidente ruso, Vladimir Putin.

Siguiendo entonces el paralelo, ¿qué tan extravagante es considerar que con su operación especial el Kremlin derrote no solo al ejército de Kiev, sino, por extensión, a los países occidentales que lo respaldan?

Pese a que la “guerra relámpago” de Vladimir Putin hoy cumple su primer año sin haber logrado sus principales objetivos, en su discurso sobre el Estado de la Nación el presidente ruso aseguró que una derrota de su país en el campo de batalla “es imposible”.

Si bien entre no ser derrotado y ganar la guerra se abre el abismo, una victoria de Putin en Ucrania no se puede descartar de antemano, a pesar de que la misma supondría un escenario incluso más distópico que el ilustrado por Dick, no solo para Ucrania, sino para todo Occidente.

Se trataría de una victoria sostenible, es cierto; de la instalación de un gobierno complaciente con los intereses moscovitas en Kiev, o simplemente de una repartición del territorio, que dejaría a Ucrania sin salida al mar y rodeada por territorios rusos o prorrusos, especialmente de confirmarse los planes del Kremlin, descritos en un documento filtrado, para “absorber” Bielorrusia en el 2030.

Derrotado lo que la propaganda rusa define como “el gobierno nazi de Kiev”, quedarían archivadas además tanto la eventual adhesión de Ucrania al bloque europeo, como la posibilidad de que se convierta en aliado de la OTAN; una alianza que ya dejaría de ser vista como garantía de seguridad en Occidente.

Pero ¿las ambiciones de Putin llegarían entonces a resucitar el Pacto de Varsovia? Tal vez una versión reducida y no formalizada, pero suficiente para que los países occidentales se vean obligados a convivir con una amenaza rusa permanente y subrepticia, capaz de insinuarse en sus sistemas políticos, económicos y culturales.

Más que un ajedrez internacional, de hecho, la clave del “Gran Juego” del siglo XXI sería la desestabilización interna en los países del Viejo Continente.

Y la guerra económica ya no es ciencia ficción, sino la crónica de los últimos meses: con sanciones occidentales, por un lado, el chantaje energético de , por el otro, más inquietante es la premisa que supone el anuncio de Putin sobre la suspensión de la participación rusa en el acuerdo New Start; un anuncio que vuelve a agitar el fantasma de la Guerra Fría, cuyo eco amenaza también a nuestra región y deja en un limbo el concepto de disuasión nuclear.

De llegar a ese punto, ¿estaríamos frente a una victoria de Putin o al fracaso de la diplomacia internacional y de sus organismos? ¿Los mismos que, hace ya exactamente un año y en otras ocasiones, no pudieron mediar tensiones ni mucho menos garantizar la paz mundial?