“El gobierno del lápiz nunca tuvo y tampoco le importó tener una lectura del segmento electoral en el que caminaba”.
Cuando el expresidente Pedro Castillo decidió dispararse a los pies, en términos políticos, y anunció la disolución del Parlamento, la reorganización del Poder Judicial, del Ministerio Público, de la Junta Nacional de Justicia y del Tribunal Constitucional, no hizo otra cosa que tirar al piso el discurso político del sombrero que utilizó como símbolo provinciano para ganarle la presidencia a Keiko Fujimori.
Los electores van a las urnas para elegir al político que les inspire un poco más de confianza con cierta dosis de intereses o ideales. Ganar una elección no es un concurso para identificar quién hace o gasta más en redes sociales o propaganda electoral. Pedro Castillo, de la mano de Perú Libre, irrumpió con un caudal electoral desde el interior del país.
La gente elige a sus autoridades porque quiere verse representada en la foto que aparece en el anuncio publicitario. Son tiempos en los que la población se aleja de los políticos ya conocidos y busca reivindicaciones sociales al no ser escuchada. Esa es la causa que moviliza y movilizó a los ciudadanos fuera de la capital para respaldar en su momento a Alberto Fujimori, Alejandro Toledo, Ollanta Humala y al mismo Pedro Castillo. Y, nos guste o no, Lima no necesariamente tiene el control político del país.
Pedro Castillo ganó la Presidencia de la República por un estrecho margen, pero también es cierto que la base electoral de Lima nunca apoyó su propuesta política por lo que no sorprende que ocho de cada diez limeños desaprueben su gestión. El gobierno del lápiz nunca tuvo ni tampoco le importó tener una lectura del segmento electoral en el que caminaba.
Sin embargo, hubo varias regiones como Huancavelica, Cusco, Ayacucho, Apurímac y Puno en las que el maestro chotano ganó por amplia mayoría. Es decir, el triunfo de Pedro Castillo se debió en gran parte al voto provinciano, por lo que era de esperar el apoyo político que recibió en aprobación presidencial e incluso recibe en estos momentos de crisis política.
¿Cuál fue la lucha política de Pedro Castillo? Ninguna. La población votó en rechazo al fujimorismo, se dejó llevar por sus emociones y terminó por confiar en la propuesta de un maestro provinciano que utilizaba un sombrero para diferenciarse, pero que ya en el gobierno perdió el control de su entorno que fue seducido por la sensualidad de la corrupción.
Pedro Castillo dejó la presidencia, le sucedió en el cargo Dina Boluarte y, junto con ella, apareció el rechazo generalizado con una serie de movilizaciones en regiones y en Lima. Y si no hay reformas electorales sustanciales, podría ser más de lo mismo en las próximas elecciones presidenciales y Lima perderá el control político.
“Las provincias han tomado a su manera las riendas de la crisis [...], hartas de la manera en la que se hace política en el país”.
Mientras escribo estas líneas, más personas han fallecido por el caos social que se vive en el país. En Ayacucho, durante los enfrentamientos por el intento de toma del aeropuerto Alfredo Mendívil Duarte, y otros en Cusco; entre ellas, una persona herida a causa de un accidente y una paciente enferma que no logró llegar a un hospital para su atención debido al bloqueo de la Panamericana Sur.
Los esfuerzos necesarios para atenuar la crisis han sido irrisorios. Las acciones vandálicas, de ciertos grupos de infames, han sobrepasado la capacidad de las autoridades para restaurar el orden en el territorio y los cálculos e intereses políticos de las bancadas en el Congreso van a paso aletargado, en su objetivo de conseguir consensos frente al caos social. Todo ello viene ocurriendo a costa de manifestantes muertos, decenas de heridos y personas que han fallecido por no alcanzar una atención médica oportuna debido a los bloqueos en las vías; así como propiedades, negocios, instituciones estatales y privadas incendiadas, aeropuertos tomados, medios de comunicación atacados que afectan a personas que viven del día a día y que dejan a un país paralizado y a regiones aisladas de una salida constitucional y pacífica.
Se han subestimado las exigencias de las regiones que urgen ser escuchadas. A las protestas por el cierre del Congreso, por nuevas elecciones o incluso por la liberación de Pedro Castillo, se han sumado miles de demandas acumuladas durante el tiempo, en las que el concierto de ambigüedades y despropósitos del Gobierno ha contribuido en gran medida al clima de incertidumbre y de constante violencia en el país. De acuerdo con la Cámara de Turismo del Cusco, la región imperial dejó de percibir S/2 millones al día por el paro indefinido. Cusco apenas despegaba en su reactivación económica, tras la pandemia por el COVID-19. Si hay algo que caracteriza a la capital histórica del Perú, aparte de su riqueza cultural y natural, es que es una región de conflictos sin fin.
Las provincias han tomado a su manera las riendas de la crisis. Muchos han salido a protestar hartos de la manera en que se hace la política en el país. Hoy las calles son tierra de nadie. La violencia y la destrucción son el lenguaje de ciertos grupos que se mimetizan entre los manifestantes a los que se les debe frenar la impunidad con la que operan. Se espera que puedan ser identificados y sancionados. Se rompió la cuerda floja en la que estábamos sumidos hace tiempo. Es hora de asumir el problema de fondo: la apertura de espacios para que todas las voces sean escuchadas, el compromiso real con el diálogo para salir de esta espiral de violencia, porque la crisis no se resolverá solo con el adelanto de elecciones o con un cambio de actores políticos. Es un proceso difícil en una sociedad tan polarizada como la nuestra, pero no imposible.