“Las elecciones de medio término suelen ser una especie de plebiscito para el partido de turno”.
“¿Dónde está Nancy?”, fue la frase con la que irrumpió David DePape, martillo en mano, en la casa de la demócrata Nancy Pelosi en San Francisco. Pero no la encontró. La presidenta de la Cámara de Representantes de EE.UU. estaba en Washington DC., así que toda su ira fue contra su esposo, Paul, de 82 años, a quien hirió en la cabeza.
Este 8 de noviembre son las elecciones legislativas en EE.UU., y este violento incidente es una muestra más de la polarización que sigue viviendo el país, que aún no procesa los sucesos de la toma del Capitolio del 6 de enero del 2021, y el enorme hueco que ha dejado en el corazón del país la irrupción de Donald Trump en la política.
Como en el 2020, cuando el expresidente argumentó fraude sin fundamento e inoculó la duda, estos comicios –que suelen convocar a los votantes más politizados– se ha convertido otra vez en una batalla. Pero esta vez el conflicto partidista tiene muchas más aristas que el discurso de defensa de la democracia.
El presidente estadounidense Joe Biden ha elegido situarlo así: “Hay candidatos que se niegan a comprometerse a aceptar los resultados de las elecciones. Ese es el camino del caos. No puedes amar a tu país solo cuando ganas”, dijo el miércoles en un mensaje desde el Congreso.
Pero los republicanos, que siguen convirtiendo al partido en el laboratorio de Trump, han preferido optar por una retórica más sencilla y práctica: la economía y, sobre todo, la elevada inflación, una preocupación clave y palpable.
Así, para el 36% de los estadounidenses –según una reciente encuesta de la Universidad de Quinnipiac– la inflación es el problema más urgente del país. Otros sondeos independientes incluso señalan que el 46% le da prioridad al tema económico.
Y es que la inflación interanual a setiembre marcó 8,2%, lo que ha provocado un aumento de los precios de los alimentos en 11,2% respecto al 2021.
Si históricamente las elecciones de medio término suelen ser una especie de plebiscito para el partido de turno –que generalmente pierden–, estos comicios son la oportunidad para los republicanos de recuperar la mayoría en la Cámara de Representantes y, con mayor suerte, asegurar el Senado, así como varias gobernaciones (como las estratégicas Georgia o Arizona).
Biden ha reforzado su presencia en la campaña y los demócratas ya sacaron su carta más vendedora: el expresidente Barack Obama, que no ha dudado en dar mítines y apelar a la emoción.
Trump, entre tanto, sabe que la elección también se trata de él y su gran victoria será colocar en el Congreso a sus más fieles seguidores que le facilitarán lo que tanto espera: regresar a la Casa Blanca en el 2024.
“En estos momentos, la inflación [...] pesa mucho más en los votantes que la preocupación por la democracia”.
El presidente estadounidense Joe Biden siente claramente que, en las elecciones a llevarse a cabo la próxima semana, se juega el futuro de la democracia en su país. Así lo ha expresado en un discurso televisado del miércoles. Barack Obama y otras figuras de los demócratas, así como varios comentaristas y analistas, se han manifestado en el mismo sentido.
Lo anterior se fundamenta en el auge del extremismo alentado por el exmandatario Donald Trump, que ha tomado el control en gran medida del Partido Republicano. El resultado es que, según una investigación del “New York Times”, más de 370 candidatos republicanos adhieren a la tesis de que la elección presidencial del 2020 fue fraudulenta. Es decir, se corre el riesgo de que una buena parte de las nuevas autoridades elegidas adopten o alienten comportamientos antidemocráticos una vez que asuman sus cargos. De hecho, ya en varios estados administrados por republicanos se adoptan desde hace tiempo medidas que complican el ejercicio del voto, en especial para los afroamericanos. El mismo diario antes mencionado ha alertado además sobre la posibilidad de que los cargos que tienen que ver con el conteo y la certificación de las elecciones sean tomados por extremistas en varios estados y localidades.
Por otro lado, el clima de polarización está llegando a tales extremos que las amenazas a políticos se han multiplicado; peor aún, se ha materializado en la agresión al esposo de Nancy Pelosi en su propio domicilio.
El problema para Biden y los demócratas es que, en estos momentos, la inflación reflejada en especial en el alza del precio de la gasolina pesa mucho más en la mente de los votantes que la preocupación por la democracia. Ello se manifiesta en las encuestas, que hacen prever que los republicanos tomarán el control de la Cámara de Representantes y, también, muy probablemente del Senado. El presidente ha tratado de responder a la angustia de los ciudadanos, incluso a costa de tener que desdecirse respecto de algunas promesas de campaña, como la de convertir en un paria a Mohamed bin Salman, el gobernante de facto de Arabia Saudita; tuvo que resignarse a ir a verlo para rogarle que aumentara la producción de petróleo, sin éxito, por cierto.
Tampoco ayuda, claro está, la impopularidad del mandatario que lo obligó a mantener cierta reserva en la campaña hasta su intervención del miércoles.
Apenas unos días antes de la jornada principal de los comicios, los demócratas tienen, sin duda, motivos para el pesimismo y muchos en el mundo también para mirar con aprensión otra vez a EE.UU.