"El voto electrónico es crucial para incluir a quienes no pueden movilizarse".
El voto electrónico, ya sea presencial o a distancia, es la promesa tecnológica para modernizar las elecciones en el mundo. Rapidez, precisión e inclusión son las palabras claves de esta herramienta, diseñada para resolver las trabas logísticas de los comicios tradicionales. Sin embargo, estas expectativas vienen acompañadas de desafíos que no deben ignorarse.
Entre las mayores ventajas del voto electrónico destaca la inmediatez y precisión en el conteo que ofrece frente a métodos tradicionales. Además, este método abre la puerta a una mayor inclusión, facilitando el voto a personas con discapacidades y ciudadanía en el extranjero. Por si fuera poco, el voto electrónico también promete reducir costos significativos al eliminar la necesidad de imprimir papeletas y reducir personal requerido en el proceso.
Pero no todo es brillo y eficiencia. Los riesgos son tangibles. El temor a la manipulación de los resultados –tanto interna como externa– y la falta de transparencia han encendido alarmas. En varios países, como Alemania y Finlandia, se optó por abandonar estos sistemas después de descubrir vulnerabilidades críticas que comprometían la integridad del voto.
En el Perú, la adopción del voto electrónico ha sido lenta y prudente. Desde los primeros experimentos piloto en los 90 hasta la implementación parcial en las elecciones generales del 2011, el avance ha sido gradual. En las elecciones congresales extraordinarias del 2019, solo el 2,1% de los distritos utilizó urnas electrónicas.
A pesar de las dudas, el Perú no puede quedarse atrás. El voto electrónico es crucial para incluir a quienes no pueden movilizarse. La expansión de esta tecnología debe continuar, pero en distritos controlados y de manera limitada para minimizar riesgos, tal y como ha hecho la ONPE. El voto electrónico es el futuro, pero un futuro que debe avanzar con la prudencia y el rigor necesarios para fortalecer la confianza en nuestra democracia.
"Votaciones en países con poblaciones extensas, hechas en papel, demuestran que lo digital no es más rápido, sino más peligroso".
Cuando Alemania decretaba inconstitucional el voto electrónico, diversos países habían comenzado el despliegue de soluciones precisamente de voto electrónico. ¿Por qué Alemania iba contra esta modalidad? En la medida en que la tecnología ha ido avanzando, se cree que lo digital es “mejor” (más rápido, más confiable, más algo), y en muchos sentidos esto es consistente.
Sin embargo, cuando se trata del ejercicio de un derecho humano como el voto secreto, termina siendo un problema para las democracias.
Un sistema de votación debe ser auditable, sea digital o no. Debe permitir que cualquier ciudadano pueda “abrir” la caja de votación y ver “que no hay nada extraño”. Este principio de transparencia para evitar que pueda ser ubicado (o estigmatizado) un determinado votante se diluye cuando se tiene una urna digital, en la que el usuario de a pie no puede “mirar” lo que hace la máquina. Si además se añade que no se presentan auditorías o, como en el caso de Venezuela, que la empresa que diseña la máquina de votación indica que la programación ha sido alterada por el gobierno de turno, pues aumenta la desconfianza.
He leído a personas decir que votar debería ser como ir al cajero automático, y ese es precisamente el problema: en un cajero tú necesitas acceder a tus fondos e identificar que tú eres tú (para que nadie tome tu dinero). En un sistema de votación nadie debería poder extrapolar que tú eres quien votó o cómo votaste. A eso debemos añadirle que también debe auditarse la transmisión de votos, su almacenamiento, su procesamiento y cómo se muestra (casos de Bolivia y Venezuela sobran como ejemplos de qué pasa cuando se quiere alterar la voluntad popular).
El último elemento es la rapidez: se dice que votar es más rápido en digital, y la verdad es que votaciones en países con poblaciones extensas, hechas en papel, demuestran que lo digital no es más rápido, sino más peligroso.