Hace poco más de un año, Evergrande Group, el promotor inmobiliario chino, estaba a punto de hundirse bajo una deuda de más de US$300.000 millones. Se hablaba de un impago catastrófico que se extendería por toda la economía china e incluso podría desencadenar una depresión mundial. Se decía que China se enfrentaba a su ‘momento Lehman’ cuando una quiebra empresarial, como la que acabó con el banco de Wall Street en el 2008, obligó finalmente a los responsables del Partido Comunista Chino a tener en cuenta la debilidad financiera sistémica.
Pero esto no fue así. Si bien Evergrande no está fuera de peligro, se evitó una implosión catastrófica después de que el Gobierno Chino interviniera para ayudar a reestructurar gran parte de su deuda. Mucho antes de que este mes surgiera una nueva amenaza para el orden financiero mundial, la quiebra del Silicon Valley Bank en Estados Unidos, Evergrande había desaparecido de los titulares.
Los problemas de Evergrande no son las primeras predicciones que oímos sobre la catástrofe financiera china. Resurgen cada pocos años. Pero quienes las repiten cometen el grave error de aplicar la pura lógica del mercado a la economía china. No funciona así. China todavía no es una economía de mercado, a pesar de su ingreso en el 2001 a la Organización Mundial del Comercio, de décadas de reformas económicas y de una integración en el sistema financiero mundial.
El Gobierno tiene un poder prácticamente ilimitado para evitar las crisis dirigiendo los recursos –y repartiendo el dolor– como considere oportuno, a menudo ordenando a los bancos y otros acreedores que acepten pérdidas por el bien común antes de que las cosas se les vayan de las manos.
Evergrande es un buen ejemplo. Uno de los mayores promotores inmobiliarios de China acumuló enormes deudas para expandir su negocio, al igual que muchos de sus rivales. Pero cuando el Gobierno Chino empezó a imponer restricciones financieras a las empresas inmobiliarias en el 2020, preocupado por la espiral de la deuda y los precios de la vivienda, Evergrande vio cortada su capacidad de recaudación de fondos y dejó de pagar formalmente sus deudas en diciembre del 2021.
Pero las autoridades chinas ya se habían puesto manos a la obra para acorralar a ejecutivos, acreedores y posibles compradores de activos de Evergrande con el fin de empezar a reestructurar las obligaciones de la empresa. Los prestamistas nacionales finalmente acordaron dar más tiempo a Evergrande para devolver los préstamos.
En el 2008, la Reserva Federal y el Departamento del Tesoro de EE.UU. también intervinieron durante la crisis de los préstamos de alto riesgo para coordinar la reestructuración de las instituciones con problemas. Pero los derechos de los acreedores y los inversores y los riesgos políticos de rescatar bancos limitaron lo que los reguladores estadounidenses podían hacer; los acuerdos solo se alcanzaron tras arduas negociaciones con bancos y sociedades de inversión. En China, las instituciones financieras tienen que hacer lo que les dice el Gobierno.
Incluso la composición de los elevados niveles de deuda de China tiene un lado positivo para los reguladores. En setiembre del 2022, la proporción agregada de deuda de China con respecto al PBI era de casi el 300% (unos US$52 billones), frente al 257% de Estados Unidos. Pero menos del 5% de la deuda china es externa, y asciende a tan solo US$2,5 billones. Cuando casi todos los renminbi prestados son internos –prestados por un acreedor chino a un prestatario chino–, los reguladores tienen un grado de control sobre los problemas de deuda con el que sus homólogos occidentales solo pueden soñar.
Sin embargo, los arreglos al estilo Evergrande de China –aunque aplacan las crisis a corto plazo– recompensan el comportamiento irresponsable y perpetúan el endeudamiento excesivo y el despilfarro de fondos que conducen a las recurrentes dificultades financieras. Los aterrizajes suaves pueden ser cada vez más difíciles de lograr. Los reguladores chinos han demostrado una y otra vez que los agoreros financieros estaban equivocados. Pero su mayor prueba puede estar aún por llegar.
–Glosado, editado y traducido–
© The New York Times