Susannah  Patton

El presidente estadounidense, Joe Biden, ha dicho que no se quedará de brazos cruzados dejando que “gane el siglo XXI”.

La semana pasada, se reunió con los líderes del grupo de cuatro naciones, “Quad”, formado para contrarrestar a Beijing, jurando defender a Taiwán de China e introducir un nuevo pacto económico con una docena de naciones para apuntalar la influencia de Estados Unidos en la región.

Sin embargo, China ya está ganando en gran parte de Asia, tanto en el frente económico como en el diplomático, y no parece que nada de lo que haga Estados Unidos vaya a cambiar esta situación.

El Índice de Poder de Asia del Instituto Lowy, que hace un seguimiento de los datos económicos para evaluar la dinámica del poder regional, muestra que la influencia estadounidense ha disminuido precipitadamente desde el 2018, mientras que la de China se ha disparado.

Hace 20 años, solo el 5% de las exportaciones del sudeste asiático iban a China y el 16% a Estados Unidos. Para el 2020, estaban parejos. Pero el creciente peso de China se hace evidente cuando consideramos el comercio total: su volumen en la región es 2,5 veces mayor que el de Estados Unidos. China se ha convertido en el mayor aliado comercial de casi todos los países asiáticos.

La inversión, impulsada por un vibrante sector privado estadounidense, ha sido durante mucho tiempo la ventaja del país norteamericano en Asia. Pero esta ventaja se está erosionando también rápidamente.

Competir con solidez en la región es esencial para Estados Unidos. La administración de Barack Obama lo reconoció con su Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP), que habría sido el mayor bloque comercial de la historia. Pero su sucesor, Donald Trump, se retiró del acuerdo.

Esto fue un regalo para Beijing. China ya es la mayor economía en una agrupación comercial llamada Asociación Económica Integral Regional y el año pasado solicitó unirse al acuerdo sucesor, que mantiene muchas de las disposiciones fundamentales del pacto original. Estados Unidos está fuera de ambos.

La respuesta de la administración de Biden es su Marco Económico Indo-Pacífico. Pero se queda muy corto. El plan aboga por la cooperación en materia de comercio, cadenas de suministro, infraestructuras y lucha contra la corrupción, pero no incluye un mejor acceso al enorme mercado de importación estadounidense.

Los funcionarios estadounidenses replican que el plan es más adecuado para el siglo XXI que los “modelos del pasado”. Pero los posibles socios asiáticos tienen problemas para ver qué obtienen ellos. La falta de aceptación podría socavar la capacidad de Estados Unidos para establecer las reglas en cuestiones emergentes como la economía digital.

Mientras tanto, China ha seguido adelante. Sus empresas estatales han conseguido grandes proyectos en toda la región, a menudo bajo el paraguas de la iniciativa de la Franja y la Ruta.

China también practica una diplomacia persistente. Los viajes del ministro de Asuntos Exteriores Wang Yi a través del sudeste asiático y el Pacífico han superado con creces el ritmo de su homólogo estadounidense, Antony Blinken. A pesar de la fanfarria del reciente viaje de Biden a Asia, fue el primero que realizó a la región desde que asumió el cargo hace 16 meses y solo incluyó visitas a sus aliados cercanos: Corea del Sur y Japón.

A menos que mejore su estrategia económica, la influencia de Washington en Asia seguirá disminuyendo. Aparte de su nuevo y poco inspirador plan económico regional, el gobierno de Biden debería reunir el valor político necesario para unirse al pacto sucesor del TPP. Competir con China en Asia no será fácil, pero empieza por reconocer que ahora mismo Estados Unidos está perdiendo.


–Glosado, editado y traducido–

© The New York Times

Susannah Patton Investigadora del Instituto Lowy. Columna especial de The New York Times.

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