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Patricia Castro Obando

No. Xi Jinping no sueña con ser el presidente vitalicio de China. La enmienda constitucional que se aprobó esta semana en la decimotercera Asamblea Popular Nacional y que elimina el límite de dos mandatos consecutivos de cinco años para el jefe de Estado tiene otro fin tan enorme como el país. Xi apunta más rápido, más alto y más fuerte. Quiere pasar a la historia como el gran organizador, ejecutor y fundador de una nueva “Xina”.

Para alcanzar este objetivo, Xi se ha propuesto sujetar las tres riendas del poder en China a fin de completar el proceso de modernización e innovación del país hacia el desarrollo pleno, conocido como “el sueño chino”. De los tres cargos que maneja Xi –secretario del Partido Comunista Chino, presidente de la Comisión Militar Central y jefe de Estado–, solo este último, que es, además, el menos importante, tenía fecha de expiración.

El proceso de modernización e innovación del gigante asiático abarca el control del Partido Comunista Chino, el Ejército Popular de Liberación de China y el Estado Chino. La revolución de Xi empezó en el Partido Comunista, cuando en el 2016 obtuvo el estatus de ‘núcleo’. Al año siguiente, Xi consiguió introducir una cláusula ideológica en la Constitución del partido con su nombre, llamado “Pensamiento Xi Jinping sobre el socialismo con características chinas para una nueva era”.

En un sistema jerárquico donde el partido anda midiendo fuerzas con los militares y controla al Estado, ser núcleo y autor de una ideología consagrada –que además marcará el rumbo de China–, ha colocado a Xi en una posición estratégica y superior a los tres cargos anteriores. El núcleo es el ejecutor de un modelo de liderazgo “socialista con características chinas” para esta “nueva era”.

Las constantes menciones de enfrentar una nueva era no están referidas solo a la globalización, sino también a la reticencia de la militancia china ante los cambios, las históricas pugnas de clanes, el surgimiento de feudos en las entidades gubernamentales y una relación cada vez más distante entre el Gobierno Central y los gobiernos locales. Xi apuesta por un liderazgo firme y centralizado.

Sin embargo, ninguna transformación puede llevarse a cabo sin la participación de las Fuerzas Armadas. Aquí radica la importancia del segundo cargo de Xi, la Comisión Militar Central. Desde que ingresó a la cúpula, Xi ha impulsado la reestructuración militar, que se resume en una frase: “Recortar para modernizar”. Solo este año ha separado o jubilado a 300.000 militares, dentro de un programa que reducirá un 10% del total de 2,5 millones de personal castrense.

Paralelamente, el presupuesto en defensa de este año es de US$175 mil millones, un incremento del 8,1%, que se ha traducido en un aumento significativo de sueldos y en la creación del Ministerio de Veteranos, que se ocupará de 57 millones de militares en retiro. Otros rubros incluyen también proyectos de innovación en ciencia y tecnología para modernizar las Fuerzas Armadas.

Pero ha sido la tercera rienda que sujeta al aparato estatal (la jefatura del Estado) la que ha encendido las alarmas. Como consecuencia de esta enmienda, China abandona el concepto de liderazgo colectivo para implementar un liderazgo unipersonal. Y adopta la dupla presidente-vicepresidente que dejará en la sombra al tradicional binomio presidente-primer ministro (algo que, en la práctica, ya no existía).

El plan de reestructuración envuelve a los ministerios y otras dependencias del Estado. Además, crea la Comisión Nacional de Supervisión, que se encargará de luchar contra la corrupción, pero también de la vigilancia a la ciudadanía. Se barajan nuevos nombramientos, el más importante: la designación de Wang Qishan como vicepresidente de China. Para traerlo de vuelta, se ha levantado el tope de 68 años de edad. Wang cumplirá este año 70.

El calendario ya está fijado en los años 2020, 2035 y 2050, cuando en tres grandes saltos China se convierta en una “potencia socialista moderna”. El primer ministro Li Keqiang ha reconocido que antes hay que ganar “tres batallas críticas”: prevenir y neutralizar los riesgos potenciales (estabilidad social, corrupción, etc.), reducir la pobreza y eliminar la contaminación. No ha dicho nada sobre la gran incertidumbre que genera este nuevo experimento político de China.