El año pasado se cumplió el bicentenario de la rebelión de Mateo Pumacahua, poderoso curaca cusqueño, quien representó el sentir de un amplio sector del mundo andino disconforme con el gobierno del Virreinato. El mismo Pumacahua, pocas décadas antes, había luchado activamente contra la rebelión de Túpac Amaru, y en apoyo del virrey.
¿Qué hizo que el Pumacahua realista se convirtiera luego en un rebelde? Dos siglos después, los conflictos sociales que vive el Perú reflejan que la disconformidad de importantes sectores de la población con respecto al Estado y a sus autoridades es un fenómeno que sigue vigente. Casos como el de Conga, el de Bagua o el de Tía María han llevado a varios analistas a recordar el problema de la ineficacia, e inclusive de la ausencia del Estado, desde la perspectiva de miles de peruanos.
Muchos ven al Estado como algo ajeno; algo con lo cual no tienen ninguna relación. Esto es explicable, en un contexto en el que la gente desconfía de sus autoridades y de sus instituciones; en un contexto en el que la corrupción y el narcotráfico tienen una presencia muy fuerte. Lamentablemente, los conceptos de corrupción y de ineficiencia se han identificado con el propio concepto de la política; y esa idea se refuerza con las acusaciones que hoy pesan sobre muchos líderes políticos. Además, hoy en día permanecen rezagos de la tradición caudillista del siglo XIX. Son varios los casos históricos, en el último siglo, de presidentes o de dirigentes políticos que concentraron personalmente el poder, y cuya posterior caída o desaparición generó grandes problemas en el país o en sus correspondientes agrupaciones.
En los últimos años, el crecimiento económico del Perú y los indudables avances en lo referido a la lucha contra la pobreza, quizá hicieron que nos olvidáramos de problemas antiguos que aún no hemos podido vencer. Basadre se refirió al Estado empírico, frágil y corroído, y al abismo social, reflejado en la despreocupación republicana por “el problema humano del Perú”. Siguen resonando con fuerza sus palabras.
Sin embargo, yo soy optimista, y puedo decir que hay argumentos históricos para confiar en que el país saldrá adelante. El propio Basadre, reflexionando sobre el modo en el que el Perú se reconstruyó luego del desastre de la guerra con Chile, expresó una idea que llama al optimismo: “En la esencia histórica de este país tan dividido en el plano geográfico, en el racial, en el social y en el económico existe una tendencia histórica a la unidad”. En efecto, en esa guerra fue derrotado el Estado, pero no la nación.
A pesar de todos los problemas que hoy nos agobian, y a los que he aludido líneas arriba, es claro que nunca como hoy en día el país ha vivido una época con tantas oportunidades por aprovechar y que no debemos perder. Para ello, es imperativo que el Estado y los políticos avancen a la misma velocidad con la que lo hacen tantos peruanos en sus actividades cotidianas, en diversos campos de la vida social y económica. En este sentido vale la pena recordar que el Perú, tal como hoy lo entendemos, no nació por la decisión de ningún hombre superior, ni como consecuencia de una guerra, o de algún suceso extraordinario. El Perú nació como fruto de la vida cotidiana, en el contexto de la vida en común entre el hombre andino, el europeo y el africano, a la cual posteriormente se incorporarían gentes provenientes de otras latitudes. Día a día fue naciendo una forma de vivir, que es la raíz y la explicación de lo peruano. El Perú surgió en la transformación, silenciosa pero cierta, de la vida cotidiana. El proceso fue largo y profundo. En la vida diaria, en los temas importantes y en las cosas sencillas se produjo el encuentro de civilizaciones y culturas del cual sería el Perú fruto esencial.
En el encuentro de la historia de España en el Perú y de la historia peruana del Perú –como lo dice Basadre– nació una sociedad mestiza, fruto de las civilizaciones que convivieron en nuestra geografía. El encuentro del trigo con el maíz puede ser un símbolo del consorcio de lo español y de lo andino. Se desarrolló un proceso histórico fecundo y creador. Aparecieron la yunta de bueyes; la mula dominó los caminos de herradura; surgieron nuevas palabras en el idioma castellano, que serían nuestros peruanismos; los retablos, la filigrana, los mates burilados, el torito de Pucará, las alfombras de flores, el día de la fiesta religiosa, la catedral del Cusco o la iglesia de Andahuaylillas expresan la aparición de una forma distinta de vivir. Planteémoslo de otro modo: ¿Qué sucedió entre el encuentro de Pizarro con Atahualpa, en Cajamarca en 1532, y la capitulación de las tropas españolas en 1824, en Ayacucho? Al marcharse a España, desde el barco en el que se alejaba de nuestras costas, el virrey La Serna contempló por última vez una sociedad que no era incaica y que tampoco era española. Nacimos como una nueva comunidad humana entre 1532 y 1824. Esta es la raíz del Perú.
Así como el Perú nació a partir de la vida cotidiana, se sigue formando y desarrollando a partir de esta. Hoy en día, es la vida cotidiana –mucho más que el Estado y las instituciones– la que ha llevado al Perú a estar en la situación expectante que vive. Sin embargo, no son pocos los obstáculos que enfrentamos para seguir el camino del desarrollo, desde los claros rezagos del antiguo caudillismo en nuestra cultura democrática, hasta la fragilidad moral que muchas veces se advierte.
Requerimos, pues, que el Estado y los dirigentes políticos sintonicen con ese empuje que la mayoría de peruanos ha demostrado en su vida cotidiana. Son medios imprescindibles para lograr esa sintonía la educación y el compromiso de cada uno de nosotros.