¿Qué comía Jesús?, por Luis Jaime Castillo
¿Qué comía Jesús?, por Luis Jaime Castillo

La arqueología se distingue de otras ciencias sociales por su base empírica, es decir que los documentos que usa para reconstruir el pasado son mayormente “cosas” –artefactos, herramientas, casas y pueblos, restos de comida y de actividades rituales, tumbas, textiles y cerámica– que solo a través de estudios y análisis detallados nos “hablan”. Cuando una sociedad o un individuo no deja huellas, para la arqueología es muy difícil poder reconocerlo, y menos aun poder contar hechos concretos de su vida o desarrollo.

Si, además, el caso en cuestión es el de una persona que se desprendió de sus posiciones materiales, que recorrió un extenso territorio durante los últimos años de su vida, que profesó una vida frugal y de recogimiento, es decir que dejó poca huella material, entonces la tarea es aun más complicada. Por esta razón, es muy probable que nunca podamos, a ciencia cierta, encontrarnos con restos arqueológicos directamente asociados a Jesús de Nazaret. Pero la arqueología puede aportar, indirectamente, importante información que ayude a entender cómo era la vida en los tiempos que le toco vivir a Jesús. El campo específico de la arqueología que se dedica a estas materias es la arqueología bíblica.

Algunos de los hallazgos recientes más importantes de la arqueología bíblica contribuyen, pieza por pieza, a reconstruir las circunstancias que pudieron rodear la vida de Jesus. Para Patrick J. Kiger y National Geographic, los hallazgos recientes más significativos han sido: una modesta casa en Nazaret que fue contemporánea con la vida de Jesús en ese pueblo, y que quizá conoció; una piedra en la que se lee el nombre de Poncio Pilatos hallada en Caesarea Maritima, y que es la única mención del prefecto romano que condenó a Jesús; la tumba familiar de Caifás, el alto sacerdote que instigó la condena de Jesús; la tumba de Herodes el Grande, quien –según se cuenta en la Biblia– mando matar a los niños inocentes de Belén intentando eliminar al Mesías; y, un humilde barco de pesca encontrado en el Mar de Galilea, que nos informa de las tecnologías de pesca que fueron familiares a varios de los discípulos, y que en su pobreza fue hecho mayormente de madera reciclada.

Todos estos hallazgos nos dan detalles del contexto general en el que se dio la vida de Jesús, de las enormes privaciones y diferencia sociales, de la opresión romana, pero no nos dan detalles específicos de eventos concretos como la última cena, por lo que nunca sabremos específicamente qué se comió allí. Sabemos que en la mesa no pudo haber papas, ají o tomates, y ciertamente no se sirvió cuy como frecuentemente se representa en cuadros de la Escuela Cusqueña. Sí sabemos cuáles eran las comidas preferidas y disponibles hace dos mil años en Judea, y a partir de esta información podemos hacernos una idea. Además del pan y vino que hoy representan el cuerpo y la sangre de Cristo en la Eucaristía, es muy posible que Jesús y sus discípulos comieran aceitunas y aceite de olivas, pescado, higos secos y miel. Las granadas y uvas estaban fuera de estación durante la primavera cuando se celebra la Pascua Judía y el cordero, que es tan evocativo del rol mismo que le toco cumplir a Jesús después de esta cena, parece haber sido entonces una comida de ricos.

La última cena se habría celebrado, además, antes del sacrificio de los corderos, como lo ha señalado el Papa Benedicto XVI en su Homilía en la Basílica de San Juan de Letrán, el Jueves Santo del 2007. Ahora bien, si tuviéramos acceso al menaje que se empleó en la última cena podríamos, a partir de estudios paleoetnobotánico y bioquímicos estudiar los restos de la comida y bebida y hacer una reconstrucción detallada, pero esto implicaría tener acceso nada menos que al Santo Grial.