Raúl  Asensio

La no es algo nuevo en los Andes. Sin embargo, un documento de trabajo que será publicado en unas semanas por el Instituto de Estudios Peruanos (IEP) trae algunas novedades importantes, que pueden ayudarnos a pensar la realidad de nuestro país en estos convulsos meses. Se trata de un estudio realizado por el antropólogo Alberto Castro y el historiador Fabio Cabrera, sobre el auge de la “nueva minería comunal” en un distrito de la provincia de Chumbivilcas.

Castro y Cabrera realizaron trabajo de campo durante el 2022. Conversaron con los pobladores, participaron en asambleas comunales, visitaron campamentos mineros e incluso descendieron a los socavones en los que se extrae el mineral. Su argumento central es que estaríamos ante una nueva forma de explotación minera, que desafía nuestras categorías dicotómicas: formal/informal, gran escala/pequeña escala. Se trata de una minería desarrollada por los habitantes de las , con características propias y originales, cuyos contornos no encajan con ninguna de estas categorías.

En mi lectura, la singularidad de este nuevo estilo de minería andina radicaría en tres elementos. En primer lugar, su escala es mucho mayor que la pequeña minería tradicional. Se trata de operaciones con equipos sofisticados, que requieren de soporte económico sustancial. En segundo lugar, está revestida de un discurso explícito de reivindicación, pero que ya no enfatiza los aspectos negativos, sino el derecho de las comunidades a explotar los minerales como crean conveniente para sus intereses. En tercer lugar, las actividades mineras se llevan a cabo en un contexto institucionalizado, ya que municipalidades y comunidades han creado normas para regular quién puede explotar el mineral y en qué condiciones. No se trata, por lo tanto, de una minería “informal”, sino de una actividad sometida a una normativa local. Puede o no atenerse a la normativa oficial del Estado Peruano, pero tiene una legitimidad local, reconocida como válida por todos los actores involucrados.

Hay que precisar que no estamos ante “empresas comunales”. La explotación está a cargo de “consorcios” creados por los comuneros, cada uno independiente de los demás. Los arreglos institucionales concretos difieren de una comunidad a otra. En algunos casos, la explotación se restringe a comuneros locales; en otros, se permite a foráneos participar directamente o como inversores.

Ninguno de estos elementos es completamente nuevo. Lo novedoso es la manera en que se han potenciado y conjugado en los últimos años, hasta el punto de que podemos hablar de auténticas “comunidades mineras”, en las que esta actividad es determinante para las dinámicas económicas, sociales y políticas. El salto de escala se debe en gran medida a la pandemia. En este sentido, el trabajo de Castro y Cabrera también puede leerse como un ejemplo de los efectos a largo plazo de la pandemia en el mundo rural. La paralización de las actividades económicas supuso el retorno a Chumbivilcas de un importante contingente de pobladores que trabajaban en actividades mineras, formales e informales, en otras regiones. Estos retornantes trajeron conocimientos especializados, capital y redes de contactos que les permitieron identificar y aprovechar la existencia de mineral en sus comunidades. Contaron, además, con la ventaja del casi absoluto abandono de las zonas rurales durante los primeros años de la pandemia, cuando en la práctica el Gobierno Central renunció a hacer cumplir las normas y dejó a las autoridades locales absoluta libertad.

El resultado es un panorama desafiante. El estudio recoge los primeros pasos de lo que puede ser un nuevo componente de la minería en el sur andino: una modalidad local, ya no de rechazo, sino de apropiación comunitaria de la minería, con el objeto de desarrollar la actividad bajo reglas locales, con un fuerte discurso de derechos y propiedad. Por supuesto, no todo es color de rosa. Existen múltiples tensiones, controversias y potenciales inequidades y riesgos. También está pendiente el espinoso tema del encaje en la legislación nacional y la potencial infiltración de capitales ilícitos.

No se trata de idealizar o de levantar nuevas utopías, sino de reconocer y entender los procesos en marcha. Castro y Cabrera muestran que en la sierra sur está ocurriendo algo que desafía nuestras visiones dicotómicas de la minería (formal/informal). Haríamos bien en no perder de vista estos cambios.

Nos gusten o no.

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Raúl Asensio es historiador e investigador principal en el Instituto de Estudios Peruanos (IEP)

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