"En realidad, a estas alturas, ni siquiera un cambio de Gabinete le sería suficiente a Castillo" (Foto: Andina).
"En realidad, a estas alturas, ni siquiera un cambio de Gabinete le sería suficiente a Castillo" (Foto: Andina).
Mario Saldaña

Van cuatro días del escándalo destapado por “Cuarto poder” y las explicaciones del presidente sobre sus reuniones en la casa del pasaje Sarratea aún no llegan. No las dio el lunes en su mensaje a la Nación de cuatro minutos y tampoco las ha dado ayer la presidenta del Consejo de Ministros, Mirtha Vásquez. Esta última solo ha adelantado investigaciones (lo de siempre), la “promesa” de que ya no habrá más encuentros en Breña (parece broma) y que el presidente aclarará en algún momento con quiénes y por qué se reunió.

Si algo enseñan las crisis, es que su contundencia va en relación directa con el tiempo en el que se mantienen latentes (entre otros factores). Claramente, la torpeza es un signo distintivo de este Gobierno. Es solo por eso que no me atrevo a sospechar que quiere promover su propia vacancia. Un político diligente (y bien asesorado) habría dado las explicaciones a las horas de ocurrida la denuncia periodística. Acaso alguien le aconsejó (mal) mantener silencio pensando que el sismo de Amazonas y la respuesta gubernamental harían lo suyo.

Pero, vamos, lo cierto es que no hay explicaciones. Al escándalo mismo, Castillo le ha agregado una mentira: “reuniones personales”. Su propio ministro de Defensa y algunos congresistas oficialistas lo desmienten (una suerte de confesión sincera). Lo de la representante de la empresa ganadora de la licitación por S/232 millones (visitante del presidente), tanto cuando el jefe del Estado usa gorrita (Breña) o sombrero (Palacio), solo le agregan ribetes delictivos (que hasta ahora el Ministerio Público no logra identificar) al hecho.

Todo indica que los 52 votos congresales para admitir a debate la moción de vacancia por incapacidad moral permanente contra el presidente ya están asegurados. Ojalá así fuera, pese a sus evidentes limitaciones comunicacionales que han impedido que en más de 120 días no brinde una sola conferencia de prensa. En realidad, a estas alturas, ni siquiera un cambio de Gabinete le sería suficiente a Castillo. Debería ver su asistencia al Parlamento (aunque está por verse si irá; si solo envía a su abogado, equivaldría casi a decir “váquenme”) como una buena oportunidad para transparentar todo.

La realidad es que –salvo una cirugía mayor, como, por ejemplo, un pacto temporal con las bancadas de centro (las elecciones del próximo año hacen que el Gobierno sea un lastre para cualquier socio)– un primer ministro de una tendencia menos ideologizada, más pragmático y dialogante, etc., podría darle algo de oxígeno al régimen para sobrevivir.

La vacancia llegará, más temprano que tarde, por los yerros del propio Gobierno, por su clara tolerancia (si es que no por complicidad) con la corrupción, y no por su tendencia socialista o anti-inversión. Así lo ha querido el propio Castillo, sea que se ponga gorrita o que use el disfraz del sombrero.