"El apoyo de los totonacas y, sobre todo, de los tlaxcaltecas sería decisivo para la victoria final". (Ilustración: Rolando Pinillos)
"El apoyo de los totonacas y, sobre todo, de los tlaxcaltecas sería decisivo para la victoria final". (Ilustración: Rolando Pinillos)
Héctor López Martínez

El 8 de noviembre de 1519 es una fecha de especial importancia en la historia de América hispana. Ese día, con el encuentro aparatoso y pacífico entre Hernán Cortés y Moctezuma, tlatoani o emperador-sacerdote de los aztecas, se abre el capítulo inicial de una empresa al mismo tiempo sangrienta, heroica y deslumbrante, que solo tiene parangón con la conquista del incario por los hombres al mando de Francisco Pizarro, pariente próximo de Cortés, en 1532.

Desde el 12 de octubre de 1492 cuando Colón llega a una isla de las Bahamas, el avance de los castellanos en el Nuevo Mundo fue insular, lento, polémico y legalista. Todas las áureas maravillas que repetía en sus cartas el marino genovés estaban muy lejos de la realidad. Solo México y el Perú serían escenarios de sucesos fabulosos “jamás vistos ni contados”, como escribieron con fruición los cronistas de Indias.

La isla de Cuba, gobernada por Diego Velázquez, fue el lugar desde donde zarparon las expediciones de Francisco Hernández de Córdoba y de Juan de Grijalva que recorrieron sin mayor suceso la costa de Yucatán y el hoy llamado Golfo de México. Junto a Velázquez, como su hombre de confianza, había alcanzado mediana fortuna y mucha experiencia en el trato con los nativos un hidalgo extremeño, nacido en Medellín, llamado Hernán Cortés Pizarro (1485-1547). Joven, inteligente, con dos años de estudios de leyes en la Universidad de Salamanca, Cortés tenía talante de líder, ambición de oro, de fama y grandeza. Luego de sortear problemas de variada índole, Cortés logró que Velázquez lo pusiera al mando de una hueste descubridora compuesta por 11 embarcaciones, 580 hombres de guerra, 100 tripulantes y 16 caballos, que zarpó el 10 de febrero de 1519. Llegaron a Tabasco, donde contactaron pacíficamente con los nativos y Cortés recibió como obsequio a Marina, mujer sagaz y de alcurnia, encontrando también en esas tierras a Jerónimo de Aguilar, náufrago de la expedición anterior. Ambos personajes tendrían un papel importantísimo en dicha empresa como traductores.

Debemos abreviar el relato. Cortés fundó la Villa Rica de la Vera Cruz el 10 de julio del año mencionado, rompiendo su vínculo de subordinación con Velázquez. Ya tenía noticia cierta de la existencia de Moctezuma y sus ricas tierras y ciudades, quien le había enviado varias embajadas pidiéndole encarecidamente que no fuera en su busca. Cortés estaba decidido a todo. Destruyó sus barcos y marchó en pos de la fortuna o la muerte. Gracias a sus intérpretes supo que los aztecas dominaban por la fuerza a muchos pueblos, con los cuales astutamente estableció alianzas. El apoyo de los totonacas y, sobre todo, de los tlaxcaltecas sería decisivo para la victoria final.

Moctezuma vivía atormentado por las profecías de sus dioses. Uno de ellos auguraba el retorno de Quetzalcóatl o serpiente emplumada. Esta divinidad era blanca y barbada, como Cortés y sus compañeros. Había vivido muchos años atrás entre los aztecas predicando el bien, pero sin fortuna. Por eso se marchó por el oriente y predijo que un día volvería con sus hijos para dominarlos por siempre. ¿Era Cortés el dios Quetzalcóatl?

Luego de sufrir incontables avatares, en la madrugada del 8 de noviembre de 1519, Cortés y su hueste estaban en la calzada de Iztapalapa y caminaron lentamente hacia Tenochtitlán. Bernal Díaz del Castillo, el cronista por excelencia, recordando la gran ciudad, escribió: “Nos quedamos admirados, y decíamos que parecía a las cosas y encantamientos que cuentan en el libro de Amadís…”. De pronto vieron avanzar la comitiva de Moctezuma, quien iba en una lujosa litera cargada por nobles aztecas. Cortés se apeó del caballo y fue a su encuentro. El emperador descendió majestuosamente y ambos intercambiaron collares como obsequio. De cuentas de vidrio el de Cortés, de camarones de oro el de Moctezuma. Los dos habían esperado ese momento con ansiosa curiosidad y confusos pensamientos. Los saludos y cortesías fueron traducidos por Marina y Aguilar.

Los españoles ingresaron en la inmensa y maravillosa ciudad aturdidos y asombrados. Fueron alojados en el amplio palacio de Axayácatl, que había pertenecido al padre de Moctezuma. La paz entre españoles y aztecas duró solo seis días y luego comenzaron los desencuentros. Cortés apresó a Moctezuma, quien moriría tiempo después. El 30 de junio de 1520 los españoles tuvieron que abandonar la capital sufriendo gran número de bajas. Esa fue la Noche Triste. Luego Cortés multiplicó significativamente su hueste y puso asedio a Tenochtitlán por tierra y con embarcaciones tripuladas por mílites castellanos que surcaban el lago sobre el que estaba la ciudad. La lucha fue terrible y heroica por ambos bandos. Cuauhtémoc, el último emperador, fue capturado el 13 de agosto de 1521. Durante noventa días los aztecas combatieron sobre sus muertos y Tenochtitlán fue vencida “solo cuando un escopetazo abatió a los últimos defensores”.

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