Para la mayoría de los niños, niñas y adolescentes, ir al colegio significa compartir con sus compañeros, aprender, jugar y reír. Es el lugar donde pueden interactuar con los docentes, acceder a servicios de salud, recibir una buena alimentación, o ser protegidos en caso sufran situaciones de violencia en la familia. Es el lugar donde se adquieren conocimientos, pero sobre todo el lugar privilegiado para la socialización con amistades que nos acompañaran toda la vida.
Un reciente estudio publicado por el Ministerio de Salud (Minsa) y Unicef revela que 33% de los niños, niñas y adolescentes presenta problemas de salud mental. Esa cifra se eleva al 70% cuando hablamos de niños y adolescentes que se desconectaron de sus estudios o perdieron la motivación, y cuyos cuidadores tienen síntomas depresivos.
Por ello, el retorno a la presencialidad es indispensable. El cierre de las escuelas resulta mucho más perjudicial para los niños, niñas y adolescentes que la pandemia misma y las consecuencias de ese cierre son muy negativas para su aprendizaje y bienestar. Los aprendizajes se desploman, las amistades se ponen en modo ‘stand by’, los hábitos de estudio se alteran, la interacción docente-alumno se despersonaliza y la salud mental se ve resentida. Y si a ello se suma las grandísimas dificultades o la imposibilidad de conectividad en zonas rurales y periurbanas, la ecuación se torna dramática.
Padres, madres, estudiantes y docentes, están llamados a colaborar para que el retorno a clases presenciales sea seguro. Las autoridades indican que el retorno presencial será progresivo, de acuerdo con el comportamiento del COVID-19. La normativa del Ministerio de Educación (Minedu) establece que las escuelas se abrirán bajo cuatro principios: seguridad, flexibilidad, gradualidad y voluntariedad. Es decir, con medidas sanitarias y de bioseguridad; adaptándose a los cambios en base a consideraciones pedagógicas, socioemocionales y de gestión; con un retorno progresivo y ordenado; e incorporando el punto de vista y el sentir de los padres y madres de cada escuela. Las escuelas se abrirán por grupos, edades y por días, para que al volver, lo hagan de una forma segura.
La decisión de volver a las escuelas no es fácil, pero sí necesaria. La evidencia muestra que los niños y niñas tienen tasas más bajas de infección, y que las escuelas no son lugares de alta transmisión, porque pueden cumplir con los protocolos sanitarios y la misma rigurosidad que otros espacios. Existen múltiples experiencias que indican cómo puede organizarse un retorno progresivo para minimizar las transmisiones. La evidencia también nos muestra que existe una diversidad de situaciones epidemiológicas y de escuelas a lo largo del Perú. En muchas zonas rurales ya están dadas las condiciones para una apertura gradual, flexible, segura y voluntaria.
Solo el retorno progresivo evitará que los niños abandonen por completo la escuela: 700.000 ya abandonaron o están en riesgo de hacerlo. Así, se irán reduciendo las barreras de acceso a la educación para que más niños, niñas y adolescentes tengan más y mejores oportunidades de desarrollo. #Regresemos, que ninguno de los más de 8 millones de escolares en el Perú se quede atrás.
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