En el 2016, por primera vez en muchos años, tendremos que formular una política económica de mediano plazo en un contexto internacional adverso. En los últimos dos años se han tomado medidas de contención de la desaceleración, pero, ahora, se requiere una política económica general. Esta nueva propuesta deberá aceptar que se puede crecer no solo cuando hay ciclos de auge mundial, sino también en los de estancamiento o depresión. Podrá ser más difícil, pero no imposible. Y lograrlo depende de la estrategia que optemos como país.
Muchos empresarios se han acostumbrado a un comportamiento reflejo (replegándose cuando hay crisis e invirtiendo solo en etapas de crecimiento). Hoy necesitamos olvidar esta conducta. Además, no estamos ante una crisis o una depresión. Lo que experimentamos es una etapa global de crecimiento moderado.
La tesis pesimista lleva a las empresas a centrarse en estrategias defensivas, como la venta parcial de activos, las fusiones, la reducción de costos y la racionalización de personal. Pero dichas estrategias no ven las oportunidades que una etapa de crecimiento moderado abren.
Por eso, las estrategias defensivas deben ser subordinadas a las estrategias ofensivas. Conforme a la matriz de Ansoff, si nuestros productos tienen problemas en los mercados actuales, hay tres salidas: o se llevan dichos productos a nuevos mercados, o se desarrollan nuevos productos, o se diversifican a la vez productos y mercados.
¿Qué nos indican las cifras sobre esto? Del 2003 al 2013 tuvimos un espectacular crecimiento de nuestras exportaciones (de US$8.995 millones a US$42.564 millones), pero estas han caído en los últimos tres años. La Cámara de Comercio de Lima estima que en el 2015 fueron 15% menores que en el 2014. Dado que el 70% de nuestras exportaciones corresponde a productos tradicionales, la caída de sus precios ha sido la causa principal del desplome. Una forma de afrontar esta situación es incrementar el número de proyectos y el volumen de la producción minera para hacerla más competitiva, mientras a la vez se diversifica la cartera de productos de exportación con productos no tradicionales.
El Plan Estratégico Nacional Exportador muestra que menos del 29% de nuestro crecimiento en exportaciones se debe a un incremento de ventas a nuevos mercados, y tan solo el 8% a la venta de nuevos productos. Así, continuamos exportando los mismos bienes a destinos ya consolidados, no desarrollamos nuevos mercados para los productos actuales ni ofrecemos nuevos productos –que son tareas claves para el futuro–.
¿Qué bienes no tradicionales han manifestado más fuerza en la última década? Según TradeMap, un buen ejemplo son los frutos comestibles, que tuvieron un crecimiento sostenible de US$57 millones en el 2001 a US$1.524 millones en el 2014. En este grupo destacan las uvas, que han crecido más de 5.000%. Asimismo, la exportación de limones, plátanos y frutas congeladas. Otros frutos, como el durazno, la piña, la palta, el mango y el higo, han alcanzado también una crucial progresión de 1.343% y sus exportaciones llegaron a los US$445 millones en el 2014.
Con todo esto, ¿no será acaso la hora de explorar el inmenso mercado global aún desconocido para nosotros? La situación lo amerita.