Manuel Santillán

En el horizonte de un año colmado de incertidumbres políticas y económicas, preservar el espíritu optimista se convierte en todo un desafío. El optimismo en medio de tantas dificultades tiende a debilitarse y decae muchas veces por la sensación de impotencia que surge cuando el ciudadano percibe que no puede cambiar su realidad. Sin embargo, el optimismo, como constructo sociológico, se encuentra entrelazado con las prácticas comunicativas a nivel individual y social, puesto que estas influyen en la construcción colectiva de significados y perspectivas compartidas. Incluso la capacidad de escuchar con humildad y la acción preventiva pueden servir para forjar un sendero optimista y evitar así caer en la resignación ante desafíos que podríamos haber prevenido. Veamos por qué.

Comencemos examinando los debates públicos, las discusiones políticas y las noticias diarias, donde se observa una marcada inclinación hacia la reflexión sobre el pasado y el presente, a expensas de un análisis más detenido del futuro. Esta tendencia no se limita a nuestro contexto, sino que se observa también en numerosos países, incluso en aquellos más desarrollados. Frente a desafíos complejos, las sociedades necesitan de una visión esperanzadora que muchas veces está ausente, así como de una mentalidad o actitud que debe activarse en esas situaciones. Hay evidencia de que el sentimiento de bienestar social está determinado por el optimismo (visión) y el apoyo social (acción), y de que esto solo solo puede ocurrir en sociedades abiertas al cambio a través del intercambio de ideas. Quizá olvidamos que, a lo largo de la historia y la evolución, la capacidad de imaginar nuevos escenarios compartidos ha caracterizado nuestra condición humana.

Lo que estamos viendo en el mundo es una decadente cultura de la discusión y una incapacidad para dialogar, escuchar y ser curiosos respecto de puntos de vista diferentes. Diversos estudios observan que lo que prima es la sobreestimación de la propia opinión y la incapacidad para admitir errores que, al no ocurrir, terminan generando un ambiente polarizado, donde la discusión basada en datos y hechos se ve opacada por la búsqueda de confirmación en opiniones similares. Discutimos más sobre lo que nos separa que sobre lo que nos une. Si se quiere, los estallidos sociales en el Perú y el mundo son alarmas que indican la falta de diálogo.

En medio de esto, es fácil culpar a las redes sociales y a la información que circula en ellas; yo creo, más bien, que todo tiene que ver con nuestra reticencia a buscar la verdad y comprender que los tiempos en los que vivimos son sumamente complejos y que estamos en medio de grandes transformaciones en las que debemos atrevernos a reconsiderar fundamentos económicos y estructuras sociales más equitativas y sostenibles. La globalización, la interconexión digital y la diversificación de las narrativas culturales están desafiado las estructuras ideológicas tradicionales, generando un espacio donde emergen y coexisten una variedad de ideas, valores y expresiones sociales. El mundo occidental, por ejemplo, se está abriendo a escuchar al sur global y así debemos abrirnos también para escuchar voces e identidades sociales y políticas no tomadas en cuenta. Las dinámicas ideológicas contemporáneas van más allá de las simplificaciones binarias del pasado.

Como en el mito griego de Casandra, donde aprendimos sobre la tragedia de menospreciar advertencias cruciales, en la política, la humildad para escuchar, para encontrarnos en el diálogo, puede evitar calamidades. La historia nos enseña que la sabiduría subestimada puede ser un faro crucial en la oscuridad de decisiones críticas. La democracia debe fomentar la participación y el diálogo. Como ciudadanos de a pie, debemos poder sentirnos incluidos y escuchados y, en lugar de elevar demandas pequeñas, debemos aspirar a un compromiso más significativo con el futuro, reconociendo que, aunque enfrentemos crisis y problemas, la situación actual no es peor que hace décadas. El optimismo puede nutrirse de la mirada hacia el futuro y debe extenderse más allá de nuestras propias vidas, considerando a las generaciones venideras. La respuesta a cómo mantenernos optimistas en medio de todo esto, en mi opinión, depende de nuestra capacidad para imaginar, demandar y forjar en diálogo un futuro mejor.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Manuel Santillán es investigador y docente de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Lima