En 1952 Fulgencio Batista estrenó su segunda presidencia derrocando al electo presidente Socarrás y un año después, centenario del nacimiento del prócer José Martí, Fidel Castro y otros fueron juzgados por los fallidos asaltos a los cuarteles Moncada y Céspedes. El Moncada era el segundo fortín cubano, dotado con mil hombres, y el golpe asestado tuvo enorme valor simbólico. Castro asumió su defensa y concluyó su alegato exclamando “la historia me absolverá”, expresión refundida en mito porque el expediente judicial desapareció sin más.
Absueltos Fidel y los demás insurgentes por Batista, viajaron clandestinamente a México para regresar a Cuba y tomar el poder con 80 hombres desembarcando en las costas municipales de Niquero, a bordo del yate Granma finalizando el año 1956. Descubiertos, murieron una veintena de hombres internándose en Sierra Maestra porque era un refugio de la naturaleza, cuesta arriba. Sumando combatientes, victorias y despertando esperanzas durante dos años, Fidel y millares de personas entraron triunfantes a La Habana, ya Batista fugado, en enero de 1959.
Ante una mixtura de perplejidad, desconfianza y admiración mundial, Castro y demás comandantes juraron democracia, igualdad, progreso, acrecentando un entusiasta y militante apoyo popular por algunas reformas y especialmente por el verbo cautivante e incontinente del líder. Días después el régimen decretó la Ley Fundamental, su nueva constitución, disolvió el Congreso atribuyéndole sus funciones al Consejo de Ministros y ejecutó a miles de opositores fulminando la democracia ofrecida.
El gobierno atacó el analfabetismo y la carencia de salud, inoculando las reformas de prédica socialista. Bastó poquísimo para que el “reformismo socialista” mutara fundando el Partido Comunista de Cuba en 1965.
A 90 millas de Miami, la dictadura isleña sigue siendo un cementerio de huesos anónimos, mazmorra de presos políticos, impulsora de balseros y de la diáspora cubana por el poder de los comités de defensa de la revolución, cuevas de soplones por cuadra, por la inmovilidad a falta de gasolina y retenes militares por doquier y por el control constitucional del Estado. El presidente del Consejo de Estado y quienes él designa pueden asumirlo todo, salvo la Constitución, y así “legalmente” reprimir, privar de libertad y ejecutar opositores.
Pero los cubanos ya no se arrodillan ante más engaños de la dictadura más longeva de la centuria. Con 52 años en el poder Fidel superó a Chiang Kai-Shek con 46, a Kim Il-Sung con 45, a Gadafi con 42, a Alí Jamenei y Franco con 39, a Mugabe con 37, a Tito con 36, a Stroessner con 34, a Trujillo y a Stalin con 30 y a Mubarak con 29 años de absolutismo fáctico.
Tantísimo podrá esgrimirse, pero Cuba, tierra noble, poeta y creativa en el arte de sobrevivir, nunca nos fue ni será ajena. El último bastión español en América es también nuestro presente y futuro. Debemos procurar su libertad y combatir su potente injerencia regional, que exporta servicios de inteligencia, educación y salud marxista, formación represora y desprecio por la democracia.
Desde el domingo 11 pasado rige de facto el estado de guerra interna reclutando forzosamente a chicos de 14 años enfilándolos contra la masiva protesta. Diaz-Canel sigue ejecutando crímenes y bloqueando Internet, su repudio simboliza el estreno de la primavera regional que nos obliga a sacudirnos de castrismos, sandinismos, chavismos y de otras tantas lacras financiadas con narcotráfico y fondos también extracontinentales.
El silencio ensordece ante tanta atrocidad e hipocresía de los pretendidos defensores de los derechos humanos. En 1973, recordando días vividos, Castro expresó: “El Moncada nos enseñó a convertir los reveses en victorias. No fue la única amarga prueba de la adversidad, pero ya nada pudo contener la lucha victoriosa de nuestro pueblo”. Hoy más que nunca igual notificamos a sus esbirros y escribidores que ya nada contendrá nuestra imperiosa misión de liberar Cuba y sellar su libertad, como lo hicieron alemanes e italianos frente a nazistas y fascistas, a quienes la historia, como a los castristas, jamás los absolverá.
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