Gabriel Arriarán

Usted, lector, lectora, ¿le confiaría la alcaldía de su ciudad capital a un tipo que voluntariamente se atravesó las mejillas con un alambre de construcción?

Corría el año 1983. estaba destacado en el Batallón de Comunicaciones 111, en Piura.

Los superiores de Urresti habían puesto a un judoka con un pasado circense a cargo de las clases de defensa personal. Urresti se aficionó al judo y, a partir de la amistad que forjó con su instructor, también quiso aprender de faquirismo. Soto, el instructor de Urresti, era capaz de atravesarse las mejillas con agujas de costalero sin derramar una sola gota de sangre. Urresti quería aprender el truco para una exhibición de artes marciales que los soldados y oficiales del cuartel darían en la ciudad de Piura, por motivo de alguna celebración.

–No es fácil –le decía Soto–, pero lo puede lograr.

Había que concentrarse, tener la convicción. Urresti lo intentó un montón de veces, pero sentía la aguja presionando sobre su cara y desistía.

–¡Carajo! –exclamaba Urresti frente a Soto–. No puedo ni dormir bien pensando que no puedo hacer lo del faquirismo.

Pero Soto era un buen profesor, y encontró para su pupilo una solución. Primero, subió la valla. El acto no lo iban a realizar con agujas de costalero, sino con tres metros de alambre de construcción.

–No podía hacerlo con una aguja, ¿y me proponía hacerlo con un alambre de tres metros?

En una epifanía solamente comparable a la sabiduría del entrenamiento jedi, Soto encontró para su padawan una solución.

–Mi teniente, imagine que su cara es de jebe.

‘Chapeau’.

El día de la exhibición, cuenta Urresti que la gente aplaudió a rabiar la rutina de judo que presentaron. Pero querían sumar a su número un cierre con broche de oro.

–Traté de concentrarme en que tenía la cara de jebe.

Y en efecto, la transmutación de la carne en caucho ocurrió.

–Sentí que ponían en mi mano el alambre de construcción, llevé la punta contra mi mejilla derecha y presioné con fuerza hasta sentir la punta con la lengua, seguí presionando contra la mejilla izquierda, hasta que salió la punta por el otro extremo. Seguí jalando hasta entregarle la punta del cable a Soto, que hizo lo mismo. Antes de retirar el alambre, nos acercamos a la tribuna. Grandes aplausos. Ni dolor ni sangre.

Cuenta Urresti que la exhibición fue todo un éxito: ¡Cara de jebe! ¡Cara de jebe! ¡Cara de jebe!

–El faquirismo con el tiempo quedó en la anécdota –escribió el general.

Su cara de jebe, en cambio, pasaría a la historia. Y la cuarta parte de los votantes de la ciudad de Lima lo hubiera proclamado alcalde, según los resultados de las últimas elecciones municipales que dieron como ganador a Rafael López Aliaga, y que dejaron a Daniel Urresti, por escasísimo margen, en segundo lugar de las preferencias.

Usted, lector, lectora, ¿le confiaría la presidencia de su país a un señor que, en su momento, estaba procesado por el asesinato de un periodista en Huanta, en 1988? El 5,8% de los votantes a escala nacional lo hubiera hecho.

De haberlo conseguido, debido a la inmunidad presidencial, posiblemente hoy Daniel Urresti no estaría purgando una condena de 12 años por el asesinato de Hugo Bustíos, cuando el entonces capitán Arturo servía como oficial de inteligencia en la base de Castropampa.

¿Cuántas de las personas que hoy se alegran con el encarcelamiento del general Urresti habrían estado de acuerdo, o incluso promovido, la intervención de las FF.AA. durante el conflicto armado interno en los años 80?

En lo particular, recuerdo con bastante claridad los meses en que el general Urresti fue alto comisionado para la lucha contra la minería ilegal, y su imagen, junto con la del Ministerio del Ambiente, se asoció a la voladura de maquinarias y operativos de interdicción –que en última instancia no sirvieron para nada– en campamentos de la minería del oro en Madre de Dios. En simultáneo, vienen a mi memoria los vítores y las barras que ecologistas de izquierda hicieron al general –la idea de rociar a los pequeños mineros con napalm que escuché casualmente entre este grupo de personas continúa poniéndome los pelos de punta–, mientras la región pasaba de un estado de emergencia a otro, y se cometían violaciones a los derechos humanos que hacían parecer que Puerto Maldonado, Huepetuhe y Mazuko en el 2014, por una torsión del espacio y del tiempo, se volvieran un espejismo de Huanta en 1988.

Se dice que cada pueblo tiene a los gobernantes que se merece.

Tiendo a creer que eso es verdad.

*El autor escribió el libro “El comediante. Daniel Urresti o Entomología de la Tristeza” (2021) sobre el exministro.


*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.



Gabriel Arriarán es antropólogo