Recuerdo con nitidez el día en que, junto a un grupo de activistas del Foro Democrático, visitamos a Alejandro Toledo en su oficina de ESÁN para invitarlo a que se uniera a la lucha por el retorno del régimen democrático. Su compromiso era vital pues la fragmentación favorecía el proceso de destrucción partidaria que era, a través de los llamados diarios chicha a fines de los noventa, una política gubernamental. Esa fue la primera de varias visitas que me llevó, luego, a militar activamente en Perú Posible, partido al que dediqué mi cariño y entusiasmo hasta mi renuncia pública hace unos días.
Perú Posible no ha llegado aún a consolidarse como una estructura partidaria formal. No por el componente programático o ideológico como algunos señalan, que, dicho sea de paso, no es un diferencial gravitante con otros partidos, sino porque el triunfo electoral, rápido e impensado, del 2001, lo llevó a asumir una responsabilidad gubernamental sin tener una organización firme, una amalgama ideológica, objetivos comunes y cuadros propios con la experiencia necesaria para llevar sobre los hombros tamaña responsabilidad. Quemar etapas no favoreció a Perú Posible. El triunfo inmediato hizo que el partido se convirtiera en una simple maquinaria electoral, con un objetivo único: volver a Palacio de Gobierno.
Cuando los partidos que queman etapas o toman atajos brindados por coyunturas especiales llegan rápidamente al poder, se dan con que no cuentan con una estructura que les permita enfrentar los desafíos. Volver al poder se convierte en el pensamiento único, olvidándose de que ser oposición es importante y que la formación de opinión, a través del debate de ideas, también configura el prestigio y presencia de una agrupación política. Si la intención es regresar a Palacio, crece la figura del caudillo, quien es reconocido como el único capaz de lograr tal cometido. Entonces todo gira en torno a él, fortaleciendo así su figura y debilitando al partido que se convierte en “caudillodependiente”. La situación se agrava cuando “el rey” solamente acepta en su entorno a aquellos que le dicen que “no está desnudo”.
¿Eso significa la extinción del partido? No necesariamente, pero lo tiene en una situación de debilidad permanente que no es exclusiva de Perú Posible. La situación del sistema de partidos es la resultante de las agrupaciones que lo forman. Es un problema complejo que tiene que ver con leyes y temperamentos, con normatividad y ciudadanía. Es también un círculo vicioso donde el que tiene el sello y el papel hace, literalmente, lo que se le da en gana.
La población quiere políticos que les resuelvan sus problemas y también, como señalan recientes estudios, los quieren eficientes y no desea avergonzarse de ellos. Cualquiera de estos factores puede causar la desaparición de una agrupación política y de allí la importancia del mensaje y, en política, del mensajero.
La tolerancia juega también un papel importante porque es señal de madurez política. La democracia no apacigua las diferencias, pero enseña a respetarlas y, sobre todo, a dejar que se hagan valer. El sociólogo alemán Niklas Luhmann ya señalaba que la disciplina consensual es una ingenuidad y lo único que hace es potenciar el conflicto.
Mi antiguo partido solo será posible si aprende a ser tolerante.