Melissa Valdivia Romero

En el día de su cumpleaños número 85 la abuela Demetria despertó sin poder moverse de la cama en el pueblo apurimeño en el que nació. Su cuerpo se encontraba rígido y los músculos ya no le respondían, ni siquiera recordaba cómo hablar. Sus dolencias del alma han sido fantasmas que se han manifestado a lo largo de su vida en forma de enfermedad y le han dejado una visión oscura y pesimista de la existencia. Madre de siete hijos, avanzó en la vida del campo en una espiral de violencia de género, familiar y del conflicto armado por el terrorismo. Creció en un laberinto de inequidad con roles y etiquetas que la sociedad impone. A su manera y con las herramientas que tenía, Demetria y muchas de todas las esferas están obligadas a surgir en un país que aún no tolera a una mujer aspirante a rechazar los roles asignados y sumisos que la sociedad le impone en un esfuerzo que implica, además, un gran desgaste mental.

Ser mujer en el Perú también debería tratarse con acuidad en la salud mental como un problema de salud pública. El desgaste emocional, la depresión y otras enfermedades mentales no discriminan por género ni condición económica, social o geográfica. Todos cargamos con demonios internos. Pero las mujeres en el Perú, aparte de vivir bajo una mirada que en su mayoría juzga, también sobrellevamos una carga de heridas, guerras internas y emociones fuertes que debemos sanar.

De acuerdo con el estudio “Estado situacional de la depresión en el Perú”, realizado por investigadores de Gobierna Consultores, alrededor del 10% de la población del país sufre de episodios depresivos anualmente, mientras que el porcentaje de personas que recibieron atención oportuna fue de solamente el 13,5%.

El estudio indica también que, por cada hombre afectado por depresión, existen 3,5 mujeres afectadas por el mismo problema que, en su mayoría, se encuentran en situación de vulnerabilidad social y económica. Las regiones más golpeadas por la depresión se encuentran también entre las más pobres del país, con un menor Índice de Desarrollo Humano (IDH) y altas cifras de violencia social y de género. Así, la prevalencia más alta se encuentra en Huancavelica (28%), Puno (19,9%), Cusco (18,3%), Apurímac (17,6%) y Ayacucho (14,8%).

Asimismo, el Instituto Nacional de Salud Mental (INSM) indica que cada 22 minutos alguien intenta quitarse la vida. Una cifra alarmante que requiere de mucha atención, ya que la salud mental es igual de importante que una enfermedad física. Las conductas suicidas son más propensas y manifiestas en las mujeres.

Es importante dejar de romantizar los problemas mentales. La depresión no es una moda; es una realidad que vive sobre todo en ellas. Carecer de recursos personales frente a una vida cada día más precaria no es algo bonito. Hace falta que el sistema sanitario atienda con suma urgencia este problema como salud pública, cierre las brechas en atención que se presentan en diversas zonas y, especialmente, ponga el foco en las mujeres del interior del país que son las más afectadas y las que se encuentran en una mayor situación de vulnerabilidad.

Melissa Valdivia Romero es periodista cusqueña