En mi intervención el día de la audiencia, mientras veía en la pantalla al magistrado y los procuradores, no pensaba solo en mi caso, llevaba en mi sangre el camino allanado por las mujeres de nuestra historia. “Me están escuchando, pero no soy solo yo”, pensaba. Y esa imponente sensación por momentos era tan fuerte, tan milenaria, que tenía que hacer pausas, respirar y seguir. Me latía una orquesta en el pecho.
Ser escuchada es una necesidad de casi todas las mujeres de todos los tiempos, edades, ideologías, credos, incluso de aquellas que están en contra del derecho a la muerte digna. Cuando alguna me dice que solo quiero “llamar la atención”, me están diciendo que no hable de libertades y del derecho a elegir porque eso va en contra de lo establecido y de las leyes naturales. Va en contra de la burocratización de nuestros cuerpos.
Ese 7 de enero, no se trataba solo de mí. Fue el resultado de años de aprender de las que conquistaron derechos y también de las mujeres de mi historia que tuvieron que callar y hacer callar a las suyas, porque eso aprendieron, que ellas no eran dueñas de su voz, de su cuerpo, de su propia existencia, y que una manera de protegernos era callar y obedecer. Me pregunto si, incluso en el mandato de callar de una mujer a otra, existe una señal o un gesto de solidaridad y protección. Yo creo que sí. Porque si algo nos define a las mujeres es la solidaridad y compañerismo.
Desde niña viví la expropiación de mi cuerpo y mi voz. Y no solo por mi enfermedad. Crecí, como muchas, con vergüenza y culpa, por el solo hecho de crecer y desarrollar mi propia forma de pensar. Ahora, a mis 44 años entendí que nosotras, las mujeres, siempre estuvimos bajo sospecha y vigiladas por un sistema patriarcal adueñado de nuestras voluntades y deseos. Un poder patriarcal manifestado en economía, en educación, sexualidad, sistema de salud y justicia.
Entendí que mi búsqueda por el derecho a la muerte digna no solo se trataba de un procedimiento legal, sino también era la reconquista de mi territorio, mi cuerpo y mis tiempos. ¿No es todo eso por lo que muchas lucharon? Pues a mí me enseñaron que debía callar y lo hice toda mi vida hasta que, en enero del 2019, aún con miedo, publiqué el primer texto en mi blog. Escribí de mi nombre y mi nacimiento. Yo diría que me ‘renombré y hoy habito un cuerpo que me pertenece, con su propio dolor histórico, pero también con su propio deseo, amor y voluntad.
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