Recientemente se han publicado en este Diario algunas críticas a la planificación por parte del Estado. En ellas se cuestiona que esté direccionado de manera burocrática el emprendimiento empresarial a través del Plan Nacional de Diversificación Productiva, privilegiando algunos sectores productivos sobre otros de manera arbitraria. El enfoque de estos esfuerzos debería estar, más bien, en reducir las barreras burocráticas que se cuentan por cientos de miles, si no millones, en nuestro país.
En estas mismas páginas he leído la defensa estatal. Las críticas son infundadas porque parten de lo que se cree y no lo que realmente se hace. El Estado no ha elegido arbitrariamente unos sectores, lo ha hecho en coordinación con el sector privado. Se está buscando reducir las barreras, identificando a qué nivel se encuentra la traba. Para eso, se debe obtener la mayor cantidad de información del sector privado. Es un trabajo de cirugía fina, en que la diferencia está en los detalles.
En los detalles también está el diablo, reza un antiguo refrán anglosajón. Este sueño del progreso microorientado parte de la errónea creencia de que el Estado sabe mejor que los privados qué es productivo y qué no. Que se puede planificar desde una mesa de expertos qué sectores son productivos y deben impulsarse.
No obstante, está demostrado que tal cosa es imposible. El conocimiento está disperso en la sociedad. Es imposible que un solo grupo de personas pueda identificar todos los problemas sector por sector, nivel por nivel. Es utópico pensar, además, que desde esa misma mesa se resolverán tales problemas. Es como tratar de detener una catarata con una taza para té. No tiene sentido emprender una tarea tan quijotesca, menos aun con recursos públicos.
Para empezar, a través de este tipo de medidas, se quiera o no, se privilegian unos sectores sobre otros. El Estado debe determinar, sea que lo haga de “manera coordinada” con el sector privado o a dedo, qué sector atender primero y cuál último. Esto incentiva el lobby, no la producción.
Además, en estas mesas se recogen las preocupaciones (e intereses) de quienes ya están en un sector, pero no de los potenciales ingresantes, que son importantes para que la industria sea competitiva.
El Estado debería enfocarse en los grandes problemas, no perderse en los detalles de los esfuerzos planificadores. La obsesión microscópica de la regulación perfecta es, muchas veces, la mayor traba de todas.
¿Es razonable que cada municipalidad tenga un TUPA diferente? ¿No será que la inflexible regulación laboral es lo que genera la informalidad? ¿Cómo simplificamos el sistema de impuestos? ¿Cómo logramos que una empresa se constituya en línea y en un día?
Es en solucionar estos, y otros miles de grandes problemas, a lo que el Estado debe dirigir sus esfuerzos. En vez de abrirle los ojos a un sector u otro respecto de cuáles son las supuestas “verdaderas barreras” que enfrenta o perderse en los millones de recovecos burocráticos que afectan a tal o cual sector. Eso haría mucho más por la productividad del país que cualquier mesa sectorial o multisectorial.
No caigamos en la tentación de la planificación centralizada disfrazada de ‘micromanagement’ tecnocrático. En esos detalles que hacen la diferencia está el diablo.