"Belaunde y Bedoya lo supieron hacer con Vargas Llosa hace décadas, marcando una lección que debemos emular. De lo contrario, el ‘perulibrismo’ habrá dividido y, por ende, vencido". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"Belaunde y Bedoya lo supieron hacer con Vargas Llosa hace décadas, marcando una lección que debemos emular. De lo contrario, el ‘perulibrismo’ habrá dividido y, por ende, vencido". (Ilustración: Giovanni Tazza)
Santiago Bedoya

El Perú, desde hace ya varias semanas, ha sido testigo de un fenómeno relativamente anómalo en su historia: el establecimiento de un movimiento social de derechas. Los precedentes para tal movilización de segmentos liberales y conservadores de nuestro país no son precisamente abundantes. Cuanto mucho, lo hacen a uno recordar las manifestaciones desde las que , en protesta por las propuestas más cavernarias del primer gobierno aprista, construyó su eventual candidatura presidencial, hace ya más de 30 años. Pese a ser el único eco histórico del cual se vale el movimiento social que tenemos entre manos hoy, todavía estamos lejos de lograr el mismo grado de ‘momentum’ visto en los meses posteriores a aquel fatídico mensaje a la nación del 28 de julio de 1987.

En aquel momento, las voces contrarias al Gobierno contaban no solamente con un respaldo popular explícito y palpable, sino también con el apoyo de agrupaciones políticas dispuestas a poner de lado sus diferencias para unirse en son de la sostenibilidad del Perú como proyecto país. El acciopopulismo de y el pepecismo de eventualmente acordarían respaldar a Vargas Llosa como una alternativa responsable para el Perú que legaría el primer gobierno aprista.

A pesar de contar con tamaño precedente, desde la derecha, no parecemos haber aprendido mucho desde entonces. Esto no quiere decir que no existan otros entes políticos culpables de pecado, pues, después de todo, están aquellos que, por razones importadas desde la dimensión desconocida, parecen estar más cómodos avalando tácitamente al gobierno de Castillo-Cerrón antes que transando con la oposición en defensa del Estado de derecho en nuestro país. La repulsión que sienten tales sectores, sin embargo, no existe por defecto. Nosotros, desde la derecha, también hemos pecado, disparándonos al pie en más de una ocasión, en aparente ignorancia sobre cuál es la ruta más rápida y efectiva para tomar un rol fundacional en la construcción de una oposición amplia y sólida.

Entre la invitación a personajes políticos que no cuentan con grado alguno de popularidad real y los insultos contra un jefe del Estado que terminó una gestión de transición con casi un 60% de aprobación ciudadana, parece que buscásemos alienar ‘à propos’. Es vital aprender del pasado con miras hacia el futuro y dejar ir a los liderazgos de antaño que dejan a la derecha virtualmente acéfala. Existe una obligación con el país de apostar por nuevas caras que puedan unir e inspirar, no alienar y aislar.

Belaunde y Bedoya lo supieron hacer con Vargas Llosa hace décadas, marcando una lección que debemos emular. De lo contrario, el ‘perulibrismo’ habrá dividido y, por ende, vencido.

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