Paulo Vilca

Imagina que luego de un largo tiempo de espera vas a organizar una fiesta tradicional en tu casa a la que estás invitando a tu familia y amigos cercanos. Todo está yendo sobre ruedas y, cuando está a punto de llegar la fecha, anuncia su llegada una persona que te agredió y nunca te pidió perdón ni mostró arrepentimiento. ¿Cómo reaccionarías?

Pues algo así es lo que viene ocurriendo con los anuncios que realizan representantes del Gobierno sobre un supuesto viaje de para asistir a la fiesta de la Virgen de la Candelaria en Puno. Por supuesto, las reacciones de rechazo en la región con el más alto número de víctimas tras las protestas realizadas contra el Gobierno no se han hecho esperar y, lo que debe ser un momento de reencuentro y celebración tras varios años, ha empezado a agriarse por obra y gracia de la provocación gubernamental.

Todo ello ocurre días después del “incidente” de Ayacucho (calificado así por el ministro de Justicia) que puso en evidencia lo que las encuestas dicen una y otra vez: la mayoritaria desaprobación de Dina Boluarte, pero sobre todo la cada vez mayor indignación de las madres, esposas y otros familiares de quienes perdieron la vida o fueron heridos por la acción de las fuerzas policiales y militares un año atrás, frente a la impunidad política y penal reinante.

Aunque a simple vista todo esto parezca una torpeza más y sea difícil de entender para quienes tienen un sentido mínimo de la realidad política peruana, lo cierto es que la actuación gubernamental obedece a la misma lógica que han seguido Dina Boluarte y durante el tiempo que dirigen el Poder Ejecutivo.

En efecto, en la base de los viajes y declaraciones de este dúo se encuentra la idea de que vivimos en un país donde se respira tranquilidad, no existen los sobresaltos ni vivimos en una situación de crispación política; es decir, que la vida transcurre con normalidad y, por lo tanto, la presidenta puede viajar a cualquier lugar y encontrarse con la población sin preocupación alguna. Sostener este discurso es fundamental para las cabezas del Gobierno porque finalmente ambos son los garantes del statu quo y la estabilidad ante el resto de los poderes e instituciones que los sostienen y, por ello, el mensaje es el mismo una y otra vez: nada va a cambiar.

Un segundo aspecto en esta lógica tiene que ver con esa idea extendida entre nuestras autoridades centrales que interpretan las reuniones y zalamerías que les transmiten gobernadores, alcaldes y otras autoridades locales como un signo de respaldo ciudadano. Para Boluarte y Otárola, resulta esencial creer que sus únicos interlocutores en las regiones representan efectivamente a la población y son los voceros autorizados. Y, por lo tanto, los halagos y promesas que les transmiten para arrancarles presupuesto y proyectos son expresiones sinceras de aprobación, beneplácito y esperanza. Ante la carencia de genuinas manifestaciones de aprecio, las invitaciones a viajes y declaraciones como las realizadas por el gobernador de Ayacucho, Wilfredo Oscorima, sosteniendo que la presidenta “tiene mucha sensibilidad social” funcionan como un placebo y también facilitan el otorgamiento de recursos a estos aliados de ocasión.

En tercer lugar, tenemos la imagen de ‘guardián’ que tiene el Gobierno de sí mismo y de su rol frente a las demandas ciudadanas. En reiteradas ocasiones, Otárola y Boluarte han buscado mostrar que no les tiembla la mano para hacer alardes de fuerza e imponer el orden frente a los sectores disconformes, aunque estos sean más del 90% del país. Ciertamente esta actitud “firme” frente a la gente es diametralmente opuesta a la aquiescencia que muestran frente al Congreso y otros actores políticos. Pero eso no importa porque lo esencial para el Gobierno y sus aliados es evitar cualquier movimiento que ponga en riesgo la permanencia en sus puestos. Bajo esta concepción de “gobierno guachimán”, viajar a Ayacucho o pretender ir a Puno son demostraciones de fuerza necesarias para dejar claro quién manda.

Para el régimen de Dina Boluarte y Alberto Otárola es fundamental mantener esta ilusión de piso parejo y, por ello, es probable que sigan perturbando el ánimo de los puneños y sus preparativos de la fiesta de la Virgen de la Candelaria. Sin embargo, lo que no deberían olvidar es que cada día que pasa es un día menos que les queda en el Gobierno. Día a día se acerca el final de la fantasía en la que parecen vivir, y llegará la dura realidad. Entonces se escribirán las páginas de cómo pasarán a nuestra historia política y judicial.

Paulo Vilca es Politólogo