Como si la metáfora jurídica de las “cuerdas separadas” pudiera aplicarse a la generalidad de la política exterior y ejercerse al margen de la pérdida de sus fundamentos de legitimidad, el nuevo canciller ha asumido el cargo con extraordinaria y hueca solemnidad.
En efecto, el señor Miguel Ángel Rodríguez Mackay no parece haber tomado nota de que el Congreso ha denegado al señor Pedro Castillo la autorización para viajar a Colombia por seria merma de su representatividad vinculada a investigaciones de la fiscalía sobre muy serios delitos. En consecuencia, si el señor Castillo no puede ejercer con plenitud el cargo de jefe del Estado ni representar a la nación en el exterior su capacidad dirigir la política exterior ha sido también reducida.
Pero el señor Rodríguez no desea reconocer estas circunstancias. En lugar de ello, reclama la tutoría del interés nacional como si esa responsabilidad se ejerciera en instancia separada de las serias limitaciones jurídicas y políticas que afectan al señor Castillo. Y, con el egocentrismo con que se presentó en Torre Tagle, imputa al Congreso la afectación de la “imagen” del país sin tener en cuenta que el señor Castillo se ha encargado, con holgura y persistencia, de mermarla.
Al margen de que estas contorsiones tengan el carácter maleable de quien, en su momento, cuestionó la legitimidad del proceso electoral que encumbró al señor Castillo, esta es una muestra más de cuán divorciado sigue estando el Gobierno y sus integrantes de una realidad que los contradice ampliando una brecha que nos acerca al despeñadero.
Ello tiene un costo de credibilidad externa que cancela las posibilidades de liderazgo internacional y agrava la exposición del Estado a un contexto de creciente beligerancia, contracción económica, proteccionismo al alza y fragmentación regional e intrarregional.
Por lo demás, el señor Rodríguez debería de reconocer que en el último año la gestión externa ha dependido menos de la conducción de la cancillería que del impulso inercial de la diplomacia y las relaciones exteriores son deudoras importantes de la gestión monetaria y fiscal proveniente del BCR y del MEF y de la actividad singular de los exportadores y la de los inversionistas que se financian en el exterior.
En ese lapso, la jefatura de cancillería ha transitado por diferentes pisos ideológicos. En efecto, un revolucionario alucinado con la relación entre la CIA y Sendero Luminoso cedió la silla a un diplomático de carrera de verbosos objetivos y corta duración. Luego de que este entregara la posta a un académico inexperto de silencioso perfil ahora llega a Torre Tagle un esforzado y retórico estudioso cuya máxima responsabilidad ha sido su vinculación con la revista de la Sociedad Peruana de Derecho Internacional.
En ese tránsito, la maquinaria diplomática asumió lo que debía sin mayor esfuerzo y con pocos logros. Ella pretendió brindar lucimiento al supuesto gobernante (viajes a de presentación a Washington DC, presencia en la ONU y la OEA, concurrencia a cumbres democráticas y algún contacto vecinal sin olvidar una parca y delegada representación en el Foro Económico Mundial) y una cierta agenda.
Pero, salvo por la pérdida del sombrero en Brasil, la incapacidad insuperable de Castillo le impidió obtener ventaja de esos contactos corroborando la escasez de sus recursos y su gran ignorancia (“América para los americanos” gritó en Washington luego de expresar su disposición a ofrecer una salida al mar a Bolivia).
Más de lo mismo podríamos tener en octubre si se celebra en Lima la Asamblea General de la OEA con una excepción: la agenda sobre “desigualdad y discriminación” a la que el verbo del señor Rodríguez pretende iluminar.