Natalia Manso Álvarez

La de existe y ha arrasado con la vida de 142 mujeres hasta octubre de este año en el Perú. La que sería una afirmación incuestionable, no lo es para muchas personas que no dudan en negar, desdeñar o incluso burlarse de la existencia de este preocupante problema social y de quienes trabajan para combatirlo. Según la Organización de Naciones Unidas, casi una de cada tres mujeres y niñas en el mundo han sufrido al menos una vez en su vida violencia sexual o física por parte de un hombre. En el 2021, unas 45.000 mujeres y niñas murieron a manos de sus parejas u otros familiares a escala mundial. Esto significa que más de cinco mujeres o niñas son asesinadas cada hora por alguien de su propia familia. Mientras que el 56% de los homicidios de mujeres son cometidos por sus parejas o miembros de la familia, solo el 11% de los homicidios de hombres se producen dentro del ámbito privado.

La negación de la violencia de género comienza a preocupar a los defensores de los derechos de las mujeres: “No es feminicidio, es asesinato”, “La violencia de género es un invento de Soros”, “No fue violencia, fue un divorcio complicado”, “Hombres y mujeres sufren violencia por igual” son algunas de las expresiones de esta nueva narrativa para enterrar la evidencia de que sí existe una violencia contra la mujer por su condición de mujer y que es perpetrada mayoritariamente por hombres.

Contra los prejuicios y el politiqueo, solo nos quedan los datos. Tomemos un ejemplo cercano: los últimos datos publicados por el Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables (MIMP) de enero a octubre del 2023. Si bien no es fácil acceder a datos de calidad, hay que reconocer que el MIMP ha mejorado el nivel de detalle de sus registros, lo que nos ayuda a entender si, efectivamente, la violencia tiene género. A través de la Ley de Transparencia, he podido hacer ‘zoom’ a los datos tradicionales. La ola conservadora incide mucho en que también los hombres son víctimas de violencia y, por tanto, la violencia no tiene género. Efectivamente, según el MIMP, los varones son el 14,5% de los casos atendidos en los Centros de Emergencia Mujer. Sin embargo, lo que no se dice o no se conoce es que de ese porcentaje de hombres que denunciaron, 10,7 son menores de edad, y 1,5 son adultos mayores, lo que se resume en que solo dos de cada 100 atenciones por violencia son a hombres adultos. Ahora, ¿un problema que afecta en un 98% a niñas, niños, mujeres y adultos mayores no tiene una componente de género y vulnerabilidad?

Pero bajemos el microscopio a las cifras para llegar a conclusiones más develadoras. De los 125.959 casos totales registrados, la friolera de 16.296 ha sido en agravio de menores –14,757 niñas y 1,539 niños– que han denunciado violencia sexual. En esos casos, el 99% de los agresores involucrados fueron hombres. Peor aún, se recibieron casi 2.000 denuncias en las que el agresor era un menor. De ellos, el 73% cometieron agresiones sexuales y el 19% físicas, lo que nos lleva a la triste conclusión de que los menores que violentan a niñas, niños y mujeres tienen como perfil mayoritario el de un agresor sexual varón.

Los niveles actuales de violencia no nos dejan margen para discusiones infructuosas y más bien nos invitan a actuar sin más dilación. No podemos aferrarnos a la excepción para negar la regla, y la regla es clara: la prevalencia de la víctima de violencia en el entorno familiar, en la esfera privada, tiene rostro de mujer, de niña y de niño.

Natalia Manso Álvarez es profesora de la Escuela de Postgrado de la Universidad del Pacífico