(Foto: EFE/Michael Reynolds)
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/ MICHAEL REYNOLDS
Vanessa Barbara

Jair Bolsonaro aún no ha reconocido a Joe Biden como el ganador de las elecciones en Estados Unidos.

En su silencio, está junto a otros líderes mundiales, como Vladimir Putin en Rusia, Andrés Manuel López Obrador en México, el primer ministro Janez Jansa en Eslovenia y el líder de Corea del Norte, Kim Jong-un.

Es una respuesta comprensible, ya que Bolsonaro parece tener problemas para aceptar los hechos. Es el mismo tipo que todavía afirma que la hidroxicloroquina es la cura para el COVID-19, que la pandemia es exagerada, que su Gobierno ha erradicado la corrupción y que Brasil nunca tuvo una dictadura militar.

Pero hay más en la negativa que la extravagancia ahora común de Bolsonaro. Él está en negación.

Quizás por una buena razón. Para Bolsonaro, su destino y el de su homólogo estadounidense están entrelazados. Y a medida que las fuerzas de la oposición parecen estar ganando fuerza, es posible que le preocupe que, con la derrota de Trump, venga la suya.

A pesar de todo el entusiasmo de Bolsonaro por abrazar a Trump, las recompensas que ha obtenido han sido bastante escasas. Para empezar, después de su primer viaje a EE.UU., Bolsonaro puso fin a los requisitos de visa para visitantes de ese país. La medida no ha sido recíproca.

Luego está la economía. En el 2019, Brasil acordó renunciar a algunos beneficios en la Organización Mundial del Comercio (OMC) a cambio del respaldo de Estados Unidos a la oferta de Brasil para convertirse en miembro de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). Eso no ha sucedido.

Pero el mandato de Trump le dio a Bolsonaro una gran victoria: era libre de actuar en el Amazonas como quisiera. Esto significó debilitar la aplicación de las regulaciones ambientales. Se ha hecho de la vista gorda mientras los ganaderos, madereros y mineros continúan saqueando la selva. Este año, la escala de deforestación en la Amazonía brasileña se disparó a un máximo en 12 años.

Al causar tales estragos ambientales y humanos, Bolsonaro podría actuar con impunidad; después de todo, tenía la bendición de Trump. “He llegado a conocer bien al presidente @jairbolsonaro en nuestros tratos con Brasil”, tuiteó Trump en el 2019. “Está trabajando muy duro en los incendios del Amazonas y en todos los aspectos está haciendo un gran trabajo para la gente de Brasil”.

Es poco probable que Biden sea tan permisivo. Dado que EE.UU. ya no está dirigido por alguien que piensa que el cambio climático es un engaño, Bolsonaro puede esperar encontrar mucha más presión.

El líder brasileño parece ser consciente de que probablemente una administración de Biden restringirá su margen de maniobra. “Recientemente vimos a un gran candidato a jefe de Estado decir que, si no apago el fuego en el Amazonas, levantará barreras comerciales contra Brasil”, dijo en noviembre, refiriéndose a una declaración de Biden. Sin embargo, tiene un plan para afrontarlo. “Solo la diplomacia no es suficiente”, afirmó. “Cuando se acaba la saliva, hay que tener pólvora, de lo contrario no funciona”.

Es posible ridiculizar estas palabras como si fuesen las de un loco. Pero debajo de la bravuconería está el reconocimiento de que la situación está cambiando para Bolsonaro, y no para mejor. La pérdida de Trump le roba al presidente brasileño no solo una presencia amistosa (al menos en teoría) en Washington, sino también un espíritu afín. Para los populistas de derecha, Trump fue un pionero, un faro e, incluso, un líder. Su partida marca un cambio preocupante y tal vez presagie problemas por delante.

Ciertamente, esa es la opinión (¡y la esperanza!) de muchos brasileños. La victoria de Trump en el 2016 parecía presagiar el ascenso al poder del propio populista rebelde y de derecha del país; quizás la salida de Trump resulte igual de profética.

Pero Bolsonaro no se desanima fácilmente. Promete mantenerse firme en su puesto. Después de todo, Trump “no era la persona más importante del mundo”, como dijo el mes pasado. “La persona más importante es Dios”.


–Glosado y editado–

© The New York Times