“Para Donayre y los miembros de La Resistencia, abordar la complejidad del período de violencia que vivió el Perú es un acto peligroso”. (Foto: Archivo).
“Para Donayre y los miembros de La Resistencia, abordar la complejidad del período de violencia que vivió el Perú es un acto peligroso”. (Foto: Archivo).
Mauricio Zavaleta

En abril del 2018, , siendo congresista de la República, visitó el Lugar de la Memoria (), el único espacio de conciencia administrado directamente por el Ejecutivo. Disfrazado con una peluca y un gorro, solicitó una visita guiada aduciendo que era víctima del conflicto colombiano, y así grabó a hurtadillas un video que editó y presentó ante el Congreso para denunciar que, según él, en el LUM se hacía “apología al terrorismo”.

Hace unas semanas, un grupo de activistas de extrema derecha autodenominado La Resistencia, con vínculos a excongresistas de Fuerza Popular, interrumpió un recorrido en la muestra permanente del LUM a cargo del periodista Gustavo Gorriti, lo insultó y gritó consignas en contra del espacio de . Ambas irrupciones, sucedidas en menos de dos años, coinciden en la intención plana y simple de atacar a una institución que les es incómoda, pero también comparten un aspecto de fondo: la negación del diálogo y el uso del miedo. Para Donayre y los miembros de La Resistencia, abordar la complejidad del período de violencia que vivió el Perú es un acto peligroso. Dialogar al respecto, sospechoso de apología al terrorismo.

En la década de 1980, como señala la Comisión de la Verdad y Reconciliación, organizaciones terroristas atacaron al Estado y a la sociedad peruanos con acciones armadas. En particular, Sendero Luminoso, una escisión del Partido Comunista, utilizó la violencia de manera indiscriminada y fue responsable de la mayor parte de las muertes ocurridas. Pero la historia es más compleja que este primer punto de partida. Los gobiernos electos de manera democrática, solo para nombrar otro punto importante, delegaron la gobernanza de las zonas de emergencia a las Fuerzas Armadas y, en este contexto, especialmente durante los años iniciales, se cometieron graves violaciones a los derechos humanos.

¿Cómo lidiar con este pasado complejo, donde la democracia no garantizó los derechos de miles de peruanos? ¿Cómo podemos reconocer que en ciertos lugares el propio Estado fue responsable de actos terribles a la misma vez que expresar nuestro genuino respeto y gratitud a los soldados, policías y autoridades públicas que se enfrentaron al terror?

Los lugares de memoria son necesarios para reflexionar sobre estas interrogantes. Al reflejar lo ocurrido, en su complejidad y verdadera dimensión, buscan generar en sus visitantes compromisos cívicos y democráticos. De hecho, la propia naturaleza del conflicto que vivió el Perú nos brinda lecciones contra los extremos, previniendo a la ciudadanía de las ideologías totalitarias, así como de los discursos de salvación nacional. En otras palabras, estos sitios tienen el potencial de restringir la influencia discursiva tanto de los irredentos del “pensamiento Gonzalo”, como de los inflamados integrantes de La Resistencia.

Lamentablemente, si bien el Estado Peruano, impulsado por la cooperación internacional, llevó a cabo la construcción del LUM como espacio de memoria nacional, no existe claridad sobre la entidad encargada de articular los espacios de conciencia distribuidos a escala nacional, y desarrollar una política pública que promueva la reflexión crítica sobre el pasado reciente. En particular, la apresurada inclusión del LUM dentro del Ministerio de Cultura, un despacho encargado del fomento de las artes y la protección del patrimonio, ha dado forma a una institución que se asemeja más a un centro cultural que a un espacio de acogida para las víctimas civiles, policiales y militares. Se han dado pasos al respecto, pero aún limitados.

Acaso sea momento, a puertas de su cuarto aniversario, de abrir el debate sobre si el LUM debe permanecer en el sector Cultura, donde se encuentra aislado, o ser entendido más bien como un elemento de la institucionalidad construida en el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos para reparar a las víctimas, y el eje de una política nacional que nos permita abordar la complejidad de nuestro pasado. La batalla por la memoria no la puede, no la debe ganar el miedo. O el silencio.


*El autor fue coordinador general del Lugar de la Memoria.