Debate: ¿Debe controlarse las fusiones y adquisiciones?
Debate: ¿Debe controlarse las fusiones y adquisiciones?

¿Qué tienen en común Cuba y Lesbos? Fácil. Ambas son islas, la primera ubicada en el Caribe, la segunda en el Egeo, en el Mediterráneo. ¿Qué relevancia tienen para la historia de la Iglesia? La respuesta requerirá entonces de un mayor conocimiento de los recorridos recientes del papa Francisco y sus relaciones con la Iglesia ortodoxa.

En efecto, en poco más de dos meses, Francisco se ha reunido con los más importantes jerarcas de esta confesión cristiana. El 12 de febrero hizo escala en La Habana, en su viaje a México, para sostener una reunión con Kirill, patriarca de Moscú y de todas las Rusias, que se encontraba de visita apostólica en esa ciudad. 

El pasado sábado 16 de abril, Francisco visitó la isla de Lesbos, invitado por el arzobispo de Atenas y de toda Grecia, Jerónimo, y por el arzobispo de Constantinopla y patriarca ecuménico, Bartolomé I. Concentrados en nuestro avatar político, estas situaciones no han merecido entre nosotros la atención que merecen.

Estos acontecimientos están produciendo profundos cambios en las relaciones entre Oriente y Occidente al mismo tiempo que marcan una ruta irreversible al movimiento ecuménico. Nada más exacto que calificarlos de “históricos” en el sentido más pleno de la expresión. 

Desde su elección como patriarca en 1991, Bartolomé I suscribió con Juan Pablo II un documento para el fortalecimiento del diálogo entre ambas iglesias. En el 2006 se reunió en Turquía con Benedicto XVI, firmaron una declaración conjunta y participaron de una liturgia común en la catedral ortodoxa de San Jorge, en Estambul. El paso mayor lo dio asistiendo a la inauguración del pontificado del papa Francisco, un hecho que no ocurría desde el siglo XI, cuando se produjo el cisma entre ambas confesiones. 

Mientras que estos encuentros iban allanando el camino entre Roma y Constantinopla (Estambul), no sucedía lo mismo con el patriarca de Moscú. En este caso, razones políticas hacían más difícil el encuentro. Por ello, la escala técnica de Francisco en La Habana revistió especial importancia. Es el primer encuentro entre las máximas autoridades de las iglesias de Roma y Moscú en mil años de historia. 

Un encuentro –hay que subrayarlo– que se produjo fuera de Europa y de los grandes centros religiosos de ambas confesiones. Es decir, en la periferia, el lugar preferido por Francisco para empujar la historia. 

Más importante aun: lo que impulsa a este nuevo ecumenismo es la preocupación por los sufrientes. Del encuentro de La Habana surgió una declaración conjunta que centró su atención en el genocidio que padecen los cristianos en Medio Oriente así como en la crítica situación de Siria e Iraq. Comentó luego con acierto el obispo de Aleppo: “El encuentro entre el Papa y Kirill es también fruto de nuestro sufrimiento”.

La declaración conjunta de Francisco, Bartolomé y Jerónimo en Lesbos, firmada en el campo de refugiados (o, más exactamente, de detención) de Moria, ha sido aun más nítida en manifestar su preocupación por la situación de “los refugiados, emigrantes y demandantes de asilo, que han llegado a Europa huyendo de situaciones de conflicto y, en muchos casos, de amenazas diarias a su supervivencia”. 

Esta declaración se produce solo un mes después del acuerdo entre la Unión Europea y Turquía destinado a bloquear el acceso a los refugiados que utilizan precisamente las islas griegas para pasar a Europa, un acuerdo duramente cuestionado por la Agencia de la ONU para los Refugiados y por Médicos sin Fronteras. 

La declaración del sábado pasado ha expresado el clamor de las iglesias cristianas –ortodoxa y católica– ante una Europa ciega y sorda, preocupada en resguardar su seguridad sin importarle la situación de estas personas. Por ello, el Papa ha subrayado en Lesbos: “Los emigrantes, antes que números, son personas, rostros, nombres, historias”. 

Las iglesias han dirigido el foco de atención al rostro adolorido de quienes Europa quisiera invisibilizar, llamando a la comunidad internacional a ofrecer “una respuesta de solidaridad, compasión, generosidad y un inmediato compromiso efectivo de recursos”.

Al mismo tiempo que denuncian el fundamentalismo asesino, las iglesias cristianas están practicando un ecumenismo valiente y profético, desde las periferias y sus sufrientes. Como lo señaló la “Carta Ecuménica” del 2001, ecumenismo y justicia van de la mano: “la reconciliación (entre los cristianos) significa promover la justicia social en todos los pueblos y entre ellos [...]. Juntos queremos contribuir a que los emigrantes, los refugiados y los demandantes de asilo se vean acogidos con dignidad en Europa”. 

No perdamos, pues, de vista el escenario internacional. Nos llena de esperanza saber que en él se van dando pasos que están marcando la historia.